Desde hace más de seis meses, Mercedes Araoz está que se va y se va, y no se ha ido. Porque, mal que les pese a ella misma y a Vizcarra, sigue siendo vicepresidenta de esta enclaustrada república. Su carta de renuncia al cargo, presentada un día después de que el inquilino de Palacio ordenara cerrar el Congreso, fue una especie de botella al mar. Más un grito de ‘ampay me salvo’ contra las represalias que su brevísima defensa del Estado de derecho amenazaba con acarrearle que el inicio de un procedimiento que tuviera serias esperanzas de ver culminado en fecha cercana.
Su pedido, como se sabe, tenía que ser considerado –para su aceptación o rechazo– por el pleno del Parlamento. Y Parlamento en ese momento ya no había. El único que se precipitó a “saludar el gesto” fue, por supuesto, Vicente Zeballos… que 24 horas más tarde, cuando se percató de lo que todos ya habíamos notado, tuvo que salir a admitir que la renuncia no tendría cómo materializarse hasta que una nueva representación nacional estuviese instalada en el hemiciclo y la tramitara.
Pues bien, ahora esa asamblea ya existe y, de hecho, en los últimos días ha dado signos de querer revisar el asunto. Pero la brusca conciencia de que ponerlo en salmuera serviría como mecanismo de presión sobre un presidente que goza de mucho más favor popular que ellos podría mover a algunos legisladores a traspapelar la carta de la señora Araoz indefinidamente.
–Junta de portavirus–
Políticamente, Meche es un rezago de otra era. Una en la que Vizcarra no mandaba como manda ahora y por eso mismo, un recordatorio del claroscuro constitucional en el que decidió internarse para cambiar esa situación. Además, la circunstancia de que legalmente continúe siendo la persona en la que recaería el poder si por cualquier motivo él tuviese que interrumpir su ejercicio es una piedra en el zapato de la que hubiera querido librarse el mismo día en que los nuevos congresistas juraron su cargo. Y la ironía es que la señora Araoz comparte sus sueños.
Desde que este drama empezó a envolverla, va ella efectivamente por los caminos del Señor suplicando la eutanasia política y preguntando dónde firma. Pero, como anotábamos líneas atrás, tal vez vaya a tener que esperar un poco más todavía para poder ofrecer oraciones por la gracia concedida.
No es que los recién estrenados parlamentarios anden abrumados por interrogantes cósmicas sobre lo que ocurriría con el despacho presidencial si su actual responsable tuviera que viajar al extranjero o someterse a una cura de sueño, sino que varios de ellos tienen una agenda, atada a sus aspiraciones electorales para el 2021, que colisiona con las posiciones del Gobierno sobre esas mismas materias y en consecuencia, podrían aprovechar la coyuntura para empujarla.
Nos referimos concretamente a la iniciativa aprobada en el Congreso para permitir el retiro del 25% de los fondos individuales de las AFP y al decreto de urgencia que autorizó la suspensión perfecta de labores en las empresas que, por la naturaleza de las actividades que realizan, no puedan seguir pagando remuneraciones a sus trabajadores: la primera, a punto de ser observada –dicen los optimistas– por el Ejecutivo; y la segunda, causa de un enronchamiento muy extendido en el Legislativo.
Se trata de medidas que, más allá de la racionalidad económica que entrañen o desafíen, tocan una veta inagotable para el discurso demagógico (la del ajuste de cuentas con “los ricos” para favorecer al “pueblo”), por lo que quienes entienden su paso por el Congreso como una fase preparatoria para la campaña presidencial del próximo año –señaladamente los representantes de las bancadas de Acción Popular y Podemos (Contagiarte)– van a tratar de aparecer como los adalides de la posición popular en cada uno de esos casos. Esto es, a favor de la norma sobre las AFP y en contra de la suspensión perfecta de labores.
El problema para esos parlamentarios, sin embargo, es que Vizcarra tiene en este momento un respaldo ciudadano mucho más sólido que el suyo y si insistiera en su posición acerca de esas dos materias podría terminar derrotándolos.
¿Cómo podrían evitar que eso suceda? Pues mostrándole desde lejos la monedita que tanto ansía –la aceptación de la renuncia de Araoz– y sugiriéndole que solo se la entregarán si se comporta.
Alguien podría acusarnos quizás de excesiva suspicacia, pero por lo pronto, lo sucedido ayer en la Junta de Portavirus apunta a una dilación de cualquier decisión al respecto e indica que, en lo que concierne a la vicepresidenta, estamos todavía ante una partida inconclusa.
Lo inquietante es que nadie en el Legislativo parece haber estado en la selección de ajedrez de su promoción. Y, vamos, en el Ejecutivo tampoco.
Nota personal: Durante 17 años, esta pequeña columna ha sido ilustrada por nuestra amiga Mónica Gonzales y su gato, Luis Alberto. Primero en la revista “Somos” y luego en esta misma página. Gracias a su talento y sentido del humor (el de ambos, se entiende) este espacio ha sido lo que ha sido. Para ellos, solo tenemos agradecimiento y cariño. Y lamentamos profundamente no poder seguir contando con su colaboración en el futuro inmediato. Pero solo en el inmediato, porque los gatos, ya se sabe, tienen siete vidas.
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