Convertidos en guerreros, buscando aplanar la curva del COVID-19 que permita la sobrevivencia de sus naciones, gobernantes de todo el mundo son también obligados constructores, paso a paso, de su respectiva pirámide de acciones del día siguiente, cuando, vencido el adversario, tengan que enfrentarse a las primeras demandas de un mundo distinto.
No solo se trata de ser defensores de la vida de hoy, al costo que sea, durante la guerra contra el coronavirus. Se trata de ser también defensores de la vida de mañana, al costo que sea, después de la guerra y actuando desde ahora.
La eficiencia que los gobernantes deberán desplegar a la cabeza de inmovilizaciones de rigor, de masivas pruebas de detección rápida del virus y de bien equipados servicios de tratamiento hospitalario no puede dejar de estar acompañada de otra similar a la cabeza de las condiciones humanas, sociales, políticas, económicas, científicas y tecnológicas pos-COVID-19.
La palabra clave del tiempo crítico de hoy es ‘eficiencia’. La palabra clave del tiempo crítico por venir será la misma: ‘eficiencia’.
La pirámide del día siguiente tendrá que empezar a edificarse con los materiales, la arquitectura y la ingeniería civil de estos días de angustia, dolor e incertidumbre, pero bajo el propósito supremo de que países y estados no solo tengan que salir como puedan del COVID-19, sino que tengan que funcionar de verdad. Y con estándares de gobernabilidad y calidad de vida a futuro por los que no hayan sido vanas tantas muertes y por los que haya valido la pena sobrevivir.
En la cúspide de la pirámide tendrán que estar nuevas estructuras de autoridad y liderazgo, muy distintas de las que han sido puestas hoy a prueba, desde la China hasta Uruguay, desde Rusia hasta Bolivia, desde el Reino Unidos hasta el Perú y desde Estados Unidos hasta Irán. Sin el ímpetu de muchas de ellas no habría sido posible dar un solo manotazo contra el coronavirus. Pero todas ellas tendrán que ser profundamente reformadas en cada país, a la luz de un planeta y una humanidad que durante largos años vienen siendo colocados de cabeza. Presiento que habrá cada vez más escaso lugar para estructuras de autoridad y liderazgo antidemocráticas, ineficientes y corruptas.
Por debajo de esta cúspide, tendrán que instalarse los elevados niveles estratégicos de gestión administrativa de los estados, tan venidos a menos en muchas décadas, en perjuicio de políticas públicas de largo plazo; el manejo clave y diestro del rescate económico, financiero, productivo, comercial, turístico, laboral y social, cuidando de no poner la carreta del populismo delante de los caballos; el giro igualmente estratégico de la educación en todos sus niveles y plataformas de expansión, de modo que el hombre nuevo que tengamos a largo plazo simbolice el salto de muchas naciones a una nueva escala de desarrollo humano.
En la ancha base de la pirámide, el hoy doloroso aprendizaje de nuestros precarios sistemas de salud, salubridad y medio ambiente frente al COVID-19 tendrá que llevarnos en casi todo el mundo a refundarlos, reestructurarlos y pasarlos por permanentes reingenierías radicales. En fin, los sistemas de salud, salubridad y medio ambiente tendrán que renacer en cada país o sencillamente volver a ser, como muchos de ellos, nada, ante cualquier calamidad.
Gobernantes de todos los niveles y matices, democráticos y autoritarios, fuertes y débiles, sinceros y demagogos, listos e inútiles: todos ellos han empezado a construir sus respectivas pirámides de acciones para el día siguiente del COVID-19. Por enormes que sean sus apremios de contingencia presente, tienen que hacerlo.
No quisiéramos, por supuesto, que al final de la guerra y bajo los escombros de esta las pirámides del día siguiente queden solitarias, como las de Egipto, en medio del desierto.
Necesitaremos verlas incorporadas como las primeras fuentes de energía dinámica de un mundo mejor, que no solo sea más sano y vital, sino que empiece a moverse, vigoroso, en direcciones más constructivas para la humanidad que lo habita.
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