Maite  Vizcarra

“Lo que te ha tocado por suerte, no lo tengas por fuerte”, habría que recordarle a la señora , la primera mujer que asume la máxima investidura en el país y, justamente, no por propio mérito, sino por ventura de esa permanente crisis política peruana en la que estamos más la aplicación de una norma de alternancia electoral.

Me hubiera gustado que la primera del país hubiese llegado en mejores circunstancias y por mérito propio dentro de un amplio proceso de democracia interna en unas buenas primarias y con un discurso potente que muestre a ese país misógino que nos cuesta abolir.

Pero no, la señora Boluarte es la primera presidenta del Perú por ventura de la fortuna y, por ello, es importante manejar las expectativas respecto del honor histórico que le ha tocado asumir dándole voz a más de la mitad de la población nacional que se identifica como mujer.

Así como, equivocadamente, se identificó a Pedro Castillo con el mote del presidente del bicentenario –atribuyéndole personificar un discurso reivindicativo que terminó estropeándose en una victimización sistemática–, haríamos mal si pretendiésemos creer que la presidenta Boluarte le hará justicia a las más “nadies” de todas: las mujeres pobres.

Sin embargo, no se puede ocultar que nuestra desesperación por construir una ilusión puede rodear a la presidenta de un halo de esperanza que ella misma trató ayer de encarnar al narrar parte de su historia personal en su discurso de asunción de mando mientras se identificaba con todas las madres peruanas que tanto padecen en el país.

Nombrar a las sufridas madres peruanas no es una referencia vacía; todos sabemos la relevancia que tiene en el imaginario popular la figura de la madre abnegada, luchadora y, muy probablemente, sola en tanto jefa de familia. En ese sentido, si Martín Vizcarra encarnó para algunos opinólogos de Twitter al padre juicioso que amonestaba a los hijos que no cumplían con sus sugerencias durante el confinamiento por el COVID-19, bien podríamos preguntarnos si Dina Boluarte será la madre que este país necesita.

En el imaginario popular, juntamente con la figura materna empoderada, aparece la figura del padre ausente. Casi la mitad de los peruanos tiene como único referente a esta madre, que es también padre. Esta totalidad de la madre surge de la ausencia del padre, lo que también significa hablar de la debilidad de los hijos. Nuestra cultura, en cierto modo, está construida por la idea del abandono: una lejana imagen del padre idealizado y de una madre objetivamente vulnerable, pero presente y real.

Hasta ahora, esta imagen materna había estado presente en numerosos episodios de la vida pública a través de las ollitas comunes, el uso de la cacerola como arma simbólica de protesta y, más recientemente, las ronderas.

Pero nunca había aparecido concretamente como una opción con aspiraciones y posibilidades presidenciales. Digamos que hoy la imagen de Dina Boluarte podría encarnar una esperanza simbólica para una ciudadanía huérfana y defraudada.

Más allá de esas sobreexpectativas alegóricas, el gobierno de la nueva presidenta debiera llevarnos a reconquistar la institucionalidad y a recuperar el respeto por las instituciones públicas entendidas como entidades meritocráticas. Pero también a recuperar la institución del consenso, tan tristemente vaciado en su contenido recientemente a raíz de la visita de la misión de la OEA.

Por eso, creo que una de las principales tareas que le toca a la presidenta es romper con los compadrazgos de paisanos y de una vez por todas terminar con el discurso instalado en torno a la polarización del “nosotros los provincianos” y “ustedes los limeños”. Habría que erradicar de una vez por todas el apelar a las hermandades de los moqueguanos, de los chotanos, de los limeños y de cualquier cogollo provinciano para reinstalar el premio a la capacidad de quienes ostentan experiencia validada sin importar procedencias o lugares de nacimiento.

Maite Vizcarra es tecnóloga, @Techtulia

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