El 5 de enero pasado, esta columna se titulaba “La trenza del verano” y señalaba ahí que la temporada estaría marcada “por tres procesos simultáneos, pero no paralelos, sino profundamente imbricados y afectándose entre sí”.
Y así fue: se entrelazaron la suciedad creciente de la política, la corrupción y el desgobierno.
En estos meses, la política ha bajado varios peldaños. Se centra en las estratagemas de un presidente que ha conseguido, con malas artes, los votos para no ser vacado, y un Congreso en el que múltiples intereses, más personales que partidarios, van desde la defensa de la curul hasta los denunciados por involucrarse en actividades corruptas.
Siendo así, podemos pasar del otorgamiento de la confianza con 64 votos al peor Gabinete de Castillo (y vaya que hay competencia), para después admitir a debate un pedido de vacancia con 76 adherentes. Si bien la sola discusión del tema es un golpe político para Castillo, la vacancia muy probablemente alcanzará menos votos de los que obtuvo para su admisión a debate.
La política peruana está en un empate destructivo lleno de tratos bajo la mesa que se resquebrajan rápido, pero se renegocian y reconstruyen con nuevas variantes, aunque sin darse un destrabe que solo la presencia de una ciudadanía movilizada podría permitir.
Y esto nos remite a la corrupción en el poder y a sus efectos en la primera trama. Vaya verano este para haberse descubierto tantas cosas y tan arriba en la pirámide del poder.
Y la rueda sigue dando vueltas.
Pacheco dijo el fin de semana que iba a colaborar con la justicia. Parece que fue solo una treta para llamar la atención de ya sabemos quien: “Oe, compadrito, no me dejes solo en esto que ya estoy asustado”.
Karelim López sigue hablando y no sabemos, por ahora, mayores detalles. Pero después de los más de S/1.000 millones en oscuras licitaciones y con las investigaciones acercándose a varios personajes cuyos prontuarios se empiezan a hacer famosos, debe de haber varios preguntándose: “¿hablo o no hablo? No vaya a ser que otros lo hagan antes y ya no sirva de nada”.
Entre otros, las cosas se les complican a los sobrinísimos a los que “Cuarto poder” les ha descubierto un nuevo lugar de operaciones. Se llevaron lo que pudieron, los allanó luego la fiscalía, pero parece que hay cámaras en el edificio que quizá puedan dar un mudo, pero útil testimonio.
La fiscalía ha caído también sobre el entorno del presidente en Palacio –”los Bibertos”, como los bautizó Fernando Vivas–, quienes le deben su fama a que prominentes figuras del propio régimen los pusieron en evidencia.
Entre tanto, la realidad es desatendida. La vacunación ha pasado de ser masiva a registrar cifras vergonzosas. Las Bambas enfrenta su enésimo bloqueo y Cuajone, asediada y sin agua para los 5.000 trabajadores y sus familias, ha dejado de producir más de 7.000 toneladas de cobre. Mientras tanto, los combustibles se disparan y el trigo arrastra al pan, los productores lecheros entran en huelga y se anuncian paros de transportistas.
Para mí, la mejor imagen (no la única) de lo bajo que ha caído Castillo y su gobierno es la de Óscar Zea, en quien se entrelazan las tres tramas de la más raída y sucia de las trenzas.
Zea fue nombrado como ministro de Agricultura sin conocer nada del tema para retribuir los votos del “ala magisterial” del Congreso.
“Panorama” descubrió su historia. En agosto de 1999 (no se conocen aún los detalles), Zea estaba en el penal de Juliaca por el homicidio de Paulino Zeballos. Años más tarde, se le acusó también por el de Edwin Parisuaña, ocurrido en el 2005. Las investigaciones descubrieron que Zea le había estado reclamando a la víctima por pagos. En el allanamiento de su casa, se le incautó ropa con manchas de sangre. La fiscalía pidió 15 años.
En el 2010 fue absuelto por insuficiencia de pruebas. Múltiples razones llevaron a la Corte Suprema a anularla, la principal fue porque no se hizo el ADN a las prendas. Desde el 2013 al 2016, fue reo contumaz con requisitoria, hasta que fue capturado en Ate y llevado a un nuevo juicio, uno en el que tampoco se hizo el ADN de sus ropas, con pretextos deleznables.
Hoy, Óscar Zea es un distinguidísimo ministro del Gabinete Torres que goza de la confianza del Congreso.
Castillo en el país de las maravillas. Les pedí a los editores del Diario un tiempo adicional para entregar mi columna. Y vaya que valió la pena. Los 77 minutos escuchando al presidente se me pasaron volando. Borro todo lo dicho arriba. Castillo me ha convencido. Su gobierno viene haciendo una excelente gestión y lo que se viene es fuera de serie. Nos ha explicado que él no está involucrado en corrupción, que por ahí algún pariente o amigo descarriado lo puede estar, pero es algo marginal. Podría seguir, pero lo dejo ahí, porque quiero escucharlo de nuevo. No todos los días emerge un líder de esta talla.
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