Gonzalo Banda

“Tristeza não tem fim, felicidade sim”. La tristeza no tiene fin, la felicidad sí; reza la canción de Tom Jobin y Vinicus de Moraes, y eso es lo que debe de estar meditando el electo presidente de , Luis Inácio, desde el domingo por la noche. Porque, si bien ha habido escenas de carnaval celebratorio en muchas rúas, las condiciones en las que se dio su ajustada victoria lo deben haber hecho cavilar sobre lo precario que parece este triunfo. Quizá en pocos meses la felicidad demuestre tener una vida breve. Muchos intelectuales y artistas parecían respirar más aliviados con el triunfo de Lula, creen que con Lula se avecina un armisticio dentro de la política brasileña minada por las divisiones, las denuncias mutuas de corrupción y el combate ideológico inmisericorde contra el rival político. El nivel de enfrentamiento amical y familiar al que llegó esta campaña en Brasil ha sido despiadado.

El presidente no ha concedido la derrota explícitamente, pero tampoco ha pateado el tablero como lo intentó hacer Trump cuando perdió las elecciones en EE.UU., y creo que con eso hay que darse por bien servidos considerando el populismo que representa y los niveles de desinformación a los que llegó esta campaña en Brasil. Tomando en cuenta que tenía a cientos de camioneros en las carreteras protestando contra la elección de Lula, pudo encender más al bolsonarismo, pero resultaba muy difícil que la protesta se desbordara hacia las calles y no tuvo más que ensayar un acto en el que, aunque no reconociera la derrota, afirmó que respetará la Constitución.

Lula no tiene pacto ni jamás conversó con el diablo” publicaba en redes sociales el electo presidente hace unas semanas, cuando meses antes había declarado que “si hay alguien poseído por el demonio, ese es Bolsonaro”, para que se hagan una idea de las profundidades –en todo sentido– a las que había descendido la campaña: había bajado e involucrado hasta al mismo averno. Los debates de segunda vuelta dejaban más materiales para la caricatura y la contra campaña que para la propuesta. Quizá en el último debate Bolsonaro solo consiguió reforzar a su base de votantes radicales y, después de continuos embates sobre Lula, perdió el momentum para ganar algo de los votos indecisos que necesitaba.

Pero Brasil tiene muchos motivos para pensar que la tristeza no tendrá fin y que la felicidad sí. Cuando Lula fue elegido en su primer y segundo mandato recibió un país que crecía agigantadamente y no tenía un rival político tan en forma. Ese Brasil no existe más. Desde la mayor crisis económica de su historia, en el 2014, Brasil no solo frenó su impulso económico, sino que el estallido de las revelaciones de corrupción del Caso Lava Jato dejó herida a la clase política encabezada por Lula. El presidente electo ha resucitado después de estar en prisión, pero la sombra de Odebrecht lo perseguirá ahora y en los años venideros, como lo demuestran los estudios de opinión pública que hemos visto en Brasil.

Estamos bastante lejos de los escenarios en los que se vaticinaba un triunfo plácido de Lula en primera vuelta. El bolsonarismo ha competido en medio de una profunda crisis de los incumbentes en América Latina, sacudidos por la crisis económica y la pandemia, y ha estado a punto de arrancarle la elección que Lula tenía ganada. Una derecha radical y pujante, detractora del progresismo global, hoy se expande sobre Brasil con vigor y lozanía, habiendo sepultado todo vestigio de derecha moderada o, mejor, habiendo ocasionado que el centro político y parte de la derecha liberal endosaran su respaldo a Lula. Si quieren verlo de otro modo, se ha necesitado que el político más popular de la historia de Brasil –y el más cuestionado– se una con muchos de sus antes adversarios para ganarle al bolsonarismo.

Lula ha hecho muchísimas promesas de política social que se ha cargado en la mochila y ha ganado, con mayor distancia, en las partes más pobres de Brasil que han vuelto a sus brazos. ¿Podrá cumplirlas? Va a ser muy difícil. Como reza también la canción de Jobin y de Moraes: “la felicidad de los pobres parece la gran ilusión del carnaval, trabajamos todo el año por un momento de sueño para hacer la fantasía”. Sino que le pregunten a Gabriel Boric y a Gustavo Petro que, a meses de la asunción al poder, han visto como sus niveles de popularidad han caído abruptamente: “tristeza não tem fim, felicidade sim”.

Gonzalo Banda es analista político

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