Carmen es una joven de 20 años que vive en Lima, esa inmensa ciudad de diferentes rostros. Desde niña era un poco ansiosa. A pesar de eso, nunca ha dejado de esforzarse. Ella venía trabajando en un restaurante cercano, mientras estudiaba en un instituto tecnológico. Así podía ayudar en casa a la par que construía un mejor futuro. En el fondo, Carmen sentía que, de una u otra manera, estaba avanzando y que el panorama era alentador.
Sin embargo, sin entender del todo lo que venía ocurriendo, le exigieron quedarse en casa en cuarentena por un virus que había aparecido en el otro lado del mundo y que había empezado a causar estragos en nuestro país. Desde entonces, las cosas se complicaron para Carmen y su familia. No mucho después, el pequeño restaurante quebró y ella ya no ha podido volver a conseguir un empleo. Además, fue testigo del sufrimiento de sus vecinos, que perdieron a un ser querido por la pandemia.
El temor a perder a sus abuelos, que viven con su familia, disparó los niveles de ansiedad que sufre Carmen. La pérdida de su empleo y otras dificultades económicas padecidas por su familia han impedido que se vuelva a matricular en el instituto. Este ha sido un golpe duro para su ya comprometida salud mental, que se ha visto resquebrajada aún más. Su familia nota que ella no está bien, pero no tiene las herramientas para poder ayudarla. Sumida en la depresión, Carmen ha entrado en un triste espiral del cual no puede salir.
Carmen es uno de los tantos peruanos cuya salud mental ha sido quebrada por la pandemia y sus fuertes consecuencias. Como otra pandemia silenciosa que crece a nuestro alrededor, las enfermedades mentales golpean a nuestras familias sin que les prestemos atención. Y aun cuando el COVID-19 ha podido ya ser controlado por la aparición de las vacunas, es poco lo que se ha hecho para acabar con este otro mudo flagelo.
Pensemos en Carmen. Ella ha sido una de las personas que ha sufrido el cierre de empresas –como, por ejemplo, restaurantes– durante la pandemia. Ella, además, forma parte de ese grupo poblacional, las mujeres jóvenes, que se ha visto más perjudicado en el mercado laboral. Y es que, si bien el empleo se ha venido recuperando, viene siendo más precario e informal, y su recuperación es desigual para ciertos grupos poblacionales, debido a la falta de inversión privada.
Los temores propios de la pandemia han sido reemplazados por la desazón generada por los menores salarios y la alta inflación. La historia de Carmen no es solo de ella. El estudio “Niños del milenio”, que se enfoca en cuatro países incluyendo al Perú y en el que se sigue desde el 2002 a niños que hoy ya son jóvenes, nos confirma la difícil situación de la salud mental de los jóvenes peruanos.
Así, de acuerdo con una investigación generada en el marco de este estudio, se ha encontrado que los niveles de ansiedad y depresión han sido más altos en el Perú que en los otros tres países (India, Vietnam y Etiopía). En el caso del Perú, se ha encontrado que, entre agosto y octubre del 2020, el 41% y el 32% de los encuestados presentaban niveles leves de ansiedad y depresión, respectivamente; mientras que el 13,5% y el 9,6% tienen niveles severos de estas afecciones. Según este estudio, son las mujeres las más perjudicadas.
Asimismo, los riesgos para la salud, la adversidad económica, la inseguridad alimentaria y la interrupción de los estudios o el trabajo son los principales factores que han gatillado estos problemas entre los jóvenes peruanos. Y si bien un siguiente estudio muestra que los niveles de ansiedad y depresión tienden a reducirse de manera general en los meses posteriores, estos siguen siendo altos entre los hogares que sufren de inseguridad alimentaria, un problema que se ha agravado desde la pandemia.
Pienso en las miles de personas que hoy se encuentran inmersas en este problema. Pienso en Carmen quien, quizás sin comprender bien lo que realmente le ocurre, puede pensar que es su culpa. Pienso en las muchas familias que, sin herramientas y con poco conocimiento, buscan dar soporte a sus seres queridos que sufren estos trastornos. Ellos no deben estar solos. El Estado Peruano y la sociedad en su conjunto deben darles una mano en estos momentos difíciles. Nuevamente unidos debemos dar lucha a esta nueva pandemia silenciosa para cerrar de una buena vez estas cicatrices que llevamos ocultas.