Maria Cecilia  Villegas

Robert Dahl define el poder como la capacidad de conseguir que un actor haga algo que por sí mismo no habría hecho. Y es el poder político a través de las instituciones que le pone límites al poder que puede ejercer una persona –o un grupo de personas– para defender los derechos de las minorías o de aquellos que son oprimidos por el uso de este poder. A su vez, el Estado, que ejerce el poder político, es limitado y controlado por los pesos y contrapesos establecidos en las liberales y, por ello, las democracias requieren de pluralidad (juego entre gobierno y oposición), de ciudadanía activa en constante defensa de sus libertades y de una prensa libre que arroje luz donde el que ejerce el poder quiere oscuridad.

Las instituciones políticas en el Perú perpetúan estructuras de poder autoritarias, personalistas y excluyentes. Los latinoamericanos históricamente estamos en la búsqueda del salvador de la patria, aquel que será capaz de encauzar nuestros países hacia el desarrollo, controlando la inseguridad, la crisis económica, y destruyendo a quien, dependiendo del lado ideológico donde uno se ubique, es el enemigo político de turno. Para un lado, hoy en el Perú, los enemigos son los caviares y, para el otro, la extrema derecha. El problema es que el paso de estos líderes populistas debilitan las instituciones. Martín Vizcarra, por ejemplo, utilizó la indignación popular frente a la corrupción para acumular popularidad y debilitar aún más a la clase política.

Pero si vamos un poco más atrás, vale la pena recordar que, a inicios de la década del 2000 y después de descubierta la magnitud de la corrupción alcanzada, llegaron al poder personas autoinvestidas como la “reserva moral” del país que iban a sacarnos del hoyo. Traían la ética por emblema y se adjudicaban la recuperación de la democracia. Nos ofrecieron un país mejor y les creímos. Controlaron instituciones, presupuesto público, hicieron y deshicieron a su antojo. Fueron años de investigaciones, acusaciones y persecución política. Pero no era correcto decirlo en voz alta. Ya desde muy temprano la “reserva moral” mostró que venía cargada de intereses privados, de repartija y acuerdos bajo la mesa. Pero lo cierto es que el Perú estaba en plena ola de crecimiento económico, así que nos hicimos de la vista gorda durante años.

Permitimos, además, que se hiriera de muerte a la democracia cuando, por intereses políticos, los famosos fiscales anticorrupción sostuvieron que los partidos eran organizaciones criminales. Nos quedamos callados cuando líderes políticos fueron encarcelados con prisiones preventivas que no se ajustaban a derecho. Y es que, durante años, en el Perú se impuso una narrativa incuestionable. Una verdad absoluta. O estás conmigo o estás contra mí, y levantar la voz en contra de esta narrativa implicaba ser parte de una mafia y defender la corrupción. Un aparato propagandístico fue desplegado para permitir que esta narrativa fuese impuesta; quien sostenía lo contrario sufría el ‘bullying’ mediático y la destrucción de su imagen.

Y aquí es importante reconocer el rol que los medios de comunicación tienen para defender las instituciones y limitar el abuso de poder. La pluralidad es condición necesaria de una democracia.

La polarización nos ha llevado a defender a quien piensa igual que nosotros, dejando de lado incluso valores y principios. Para ello se tergiversa la verdad y se estira la ética. Y aquí vale analizar el caso de Gustavo Gorriti, quien creó un aparato de investigación periodística que tenía además un brazo legal y, por ello, ejercía un gran poder en nuestro país., exasesor de la suspendida fiscal ha sostenido que Gorriti era el artífice de la estrategia de persecución judicial contra líderes políticos. El mismo Gorriti ha aceptado que se reunía con los fiscales para conversar. Y, sin embargo, se quiere impedir una investigación con la excusa de que esta atentaría contra la democracia y la lucha contra la corrupción. ¿Por qué aceptamos como válidos los testimonios de Villanueva contra Benavides y no cuando se cuestiona a Gorriti? Flaco favor nos hacemos en la defensa ciega de ídolos de barro, cuando la batalla debe ser por las instituciones.

Maria Cecilia Villegas es CEO de Capitalismo Consciente Perú