Y se le van los pies, por Josefina Barrón
Y se le van los pies, por Josefina Barrón
Redacción EC

Su voz gruesa aún hace eco en los corazones de Lima. Es un repique de cajón cada una de sus sonrisas. Generosas, morenas, milagrosas, son sus manos. Cucucucutá, cucutá cutá, ahí va la quijada y la cajita, ahí la voz y la cadera de la negra, ahí la guitarra y los zapatos debajo de los pies, debajo de las almas embrujadas, debajo del cielo gris sacándole chispas al letargo que de pronto desborda color. No hay nadie que se resista a la . Ahí también el jazz, díscolo, inesperado, el sintetizador, algo de funk, el hombre blanco colando su salsa en acordes de piano, y es que la música es una y lo es todo, no admite límites, ella, como la poesía, el arte y el Universo, no sabe de principio ni final.

no vio la última de sus obras, pero nosotros sabemos que Rafael Santa Cruz está en ella. No ha muerto. No muere. Ronda su duende travieso el escenario, y es la actriz que se agita toda ella, es el legendario Carita que reta, es Tirifilo que se siente más faite que nunca, es el vecindario de Malambo que canta, festeja, teme, reivindica sus derechos y reveses, baila. Rafael es el duelo de caballeros de Abajo el Puente, porque lo hubo y fue un duelo del cual supo estando preso en el Panóptico y convirtió en novela; también el joven y la sociedad limeña más pacata y retraída lo supo. Rafael es la chaira que corta el tiempo, Rafael es todo aquello que suena y deja de ser sonido para devenir en ritmo. 

En la memoria persiste su silueta en movimiento. El ayuda, claro que sí. Lleva un polo negro y en él se pierde y se encuentra. Resaltan sus entrecanas. Lleva su polo la frase “Made in Peru”; pero eso lo supimos siempre. Es el hombre una sombra llena de luz. Dice cantando que se le van y se le van y se le van los pies; que su cuerpo quiere bailar. Y los pies se le fueron. Y se puso a bailar. Y al bailar hizo bailar. Y hace bailar al peruano, al checo, al japonés. Al de más allá también.

Julie Guillerot de Santa Cruz trae a la vida a su marido. Cree en él, en las tradiciones peruanas, en nuestra cultura, fusión de razas y ritmos que ella parece comprender como si aquí hubiera nacido. No por eso ha dejado de vivir su propios retos y sueños. Sin desmayo a pesar de la repentina muerte de Rafael, Julie puso en escena, junto al director Luis Sandoval y a Gina Beretta, “”. Treinta actores en escena. Danza, teatro, música, lucha, basada en la legendaria pelea a chavetazos que sostuvieron “Carita y Tirifilo”, dos de los más célebres matones del los extramuros de la ciudad, y que repercutió en la Lima de comienzos del siglo XX, pelea que fascinó a poetas populares, periodistas, cantantes criollos, literatos. Y políticos peruanos. Quizás porque estos matones prestaban sus servicios a los políticos, como en el anterior siglo habían hecho algunos aguateros de nuestra Lima.

Pero hay otro Malambo en la obra de Rafael, Julie, Gina y Lucho. Uno proletario, que la suda, que lucha por sus derechos; uno que protesta, que no es más el de los huarapos, chinchivíes y chairas afiladas. En ese me quedo, en el Malambo donde la muerte de los sueños no existe ni la sangre derramada tiene más color que el rojo y a la vera del río todos los Rafaeles mueren de pie.