El abandono que sufren ciertos distritos, a pocos días del cambio de autoridades, suele graficarse en montañas de basura que se acumulan en avenidas, acompañadas por alcaldes que balbucean explicaciones y pronunciamientos de la Defensoría del Pueblo y el sector Salud.
Pero no es la única forma de abandono. Ahí están los municipios que dejaron de pagar a sus empleados porque luego de las elecciones se les acabó el dinero, como denunciaron serenos de La Victoria este mes.
¿Y el colapso del Centro de Lima, inundado por una marea infinita de vendedores callejeros, no es una señal también de que en la Municipalidad de Lima ya se olvidaron de la ciudad? ¿El tráfico infernal en Barranco y el circuito de playas por las obras en la Costa Verde o la próxima –y francamente abusiva– alza del precio del pasaje en el Metropolitano no son muestras de que la alcaldesa ya tiró la toalla?
Digamos que existe una pequeña diferencia. Mientras los alcaldes en problemas están casi casi no habidos, Susana Villarán no se ha escondido. Ha intentado poner la cara ante los problemas, aunque con declaraciones que más parecen manotazos de ahogado. En realidad, está terminando su mandato tal como lo empezó: abrumada por la responsabilidad.
La realidad de una ciudad como Lima siempre la sobrepasó. Su voluntarismo no pudo disimular las flaquezas de su gestión, de ahí que estos cuatro años haya gobernado en medio de sobresaltos, muchos de ellos generados por una oposición implacable, pero también nacidos de sus indecisiones y su incapacidad para rodearse de un equipo idóneo para gobernar.
Incluso aciertos innegables como la recuperación de La Parada o el inicio de las operaciones del corredor azul se vieron ensombrecidos por la manera poco prolija con que se enfrentaron. En el primer caso, la fracasada operación inicial dejó dos muertos, mientras la alcaldesa se encontraba en el exterior atendiendo asuntos personales. En cuanto al corredor, la falta de un patio de maniobras para los buses acrecentó la molestia de usuarios y diluyó el esperanzador inicio que tuvo.
En el haber suman las firmas de contratos para obras viales, tangibles a partir del 2015 (Vía Parque Rímac, la ampliación de la Vía Expresa, la modernización de las Panamericanas Sur y Norte, y la autopista Ramiro Prialé) y el trabajo de la Gerencia de Cultura. En el debe, el ‘olón’ de La Herradura es una infeliz anécdota frente a las obras inconclusas, el escándalo de la Caja Metropolitana y las denuncias sobre coimas en el mercado Santa Anita.
Pese a todo, la alcaldesa le deja un importante encargo a su sucesor que este no podrá torear: la necesidad de continuar con las reformas. El corredor azul y los siguientes requieren modificaciones, pero dar marcha atrás sería un suicidio. Lo mismo ocurre con la comercialización mayorista de alimentos. Por primera vez, Luis Castañeda está obligado a hacer cambios de verdad. Y esto –no seamos mezquinos- debemos agradecérselo a Villarán.