Javier Díaz-Albertini

Conversaba con un amigo cercano, que también es colega, sobre cómo muchos medios diferencian entre la protesta “legítima” y la “ilícita”. La legítima –nos dicen– tiene como base el malestar que producen las enormes brechas socioeconómicas, la ausencia del Estado y los pésimos servicios públicos. Desigualdades muy antiguas que recién son tomadas en serio por algunos medios que hace solo dos años proclamaban que la gente era pobre porque quería serlo. Sin embargo, también nos han estado presentando otras condiciones que supuestamente le restan a la actual protesta. Examinémoslas para analizar su pertinencia desde las ciencias sociales.

Primero, se nos deja entender que, si recibes apoyo para salir a la calle a protestar, entonces este deja de ser un acto “puro” o “legítimo” porque es “interesado”. Son opiniones que expresan una gruesa desinformación sobre la participación : esta siempre cuesta. Por ello, resulta esencial contar con recursos –sean personales, familiares, grupales, partidarios o corporativos– para estar presente e incidir.

Algunos increparán: “Pero si son pobres, cómo llegan hasta Lima”. El costo del pasaje no es prohibitivo y prácticamente todo peruano tiene un familiar, pariente o paisano que podrá alojarlo en la capital. Las migraciones –especialmente las temporales– son de una cotidianidad abrumadora. Las ollas comunes ofrecen menús que oscilan entre los S/2 y los S/3. Todos son costos que pueden ser solventados por comunidades y organizaciones populares. Esto no quita el hecho de que también hay dinero sucio, pero eso es algo que –por desgracia– ha permeado la política en todas sus formas y niveles. Especulo que hay mucho más de este dinero invertido en candidaturas, cabildeo y cohecho que en las recientes.

Segundo, nos dicen que resta legitimidad el hecho de que detrás de los actos de protesta –algunos de ellos violentos– se encuentra el terrorismo. Estas afirmaciones manifiestan un desconocimiento sobre el papel de la violencia en la política. Hace casi 20 años, el PNUD (2006) realizó una encuesta sobre la democracia. Un contundente 29,2% estuvo de acuerdo con la frase “la violencia es necesaria para defender al pueblo” y un 7,7% que el Perú “solamente cambiaría con métodos violentos”. En las últimas encuestas del Barómetro de las Américas (2010-2021), un promedio de 8,5% manifestó haber participado en una protesta en los últimos 12 meses, mientras que en Latinobarómetro (2020), un 10,3% dijo haberlo hecho. Todas estas cifras encajan con lo hallado por Ipsos (febrero 2023): el 10% de los ciudadanos se ha manifestado en contra del gobierno de Dina Boluarte. Entonces, entre dos y tres millones de peruanos tienen a la protesta pública como parte de un repertorio y una estrategia política legítima.

Tercero, nos dicen que resta legitimidad el hecho de que los protestantes se dejan llevar por creencias, ideologías o informaciones falsas. Es decir, han sido engañados por políticos embusteros y extremistas, redes sociales malintencionadas y una “prensa alternativa” que ha alimentado el odio entre peruanos.

El racismo, el etnocentrismo, el centralismo y las enormes brechas socioeconómicas no son creencias falsas. El expresidente Pedro Castillo no las inventó, sino que las utilizó para contrarrestar a la oposición y justificar la falta de acción gubernamental por su ineptitud. De esa manera, se convirtió en un símbolo fugaz, una promesa vacua de cambio. La vacancia por el golpe de Estado indignó a muchos que le tenían esperanzas. Sin embargo, más que por Castillo, en el fondo se ha salido a la calle por la pérdida de una oportunidad histórica de generar cambios. Es por ello que, poco a poco, las protestas dejan de incluirlo como demanda (sea su liberación o su reposición).

Asimismo, erróneamente se asume que las personas están principalmente motivadas a protestar por sus principios ideológicos o por sus posiciones políticas. Si fuera así, más del 70% de los ciudadanos estaría en las calles expresándose contra la presidenta y el Congreso. No, las manifestaciones y las protestas son dinámicas sociales estrechamente ligadas a las relaciones interpersonales y al apego (familiar, amical, de lugar). Estudios muestran que, además de una ideología compartida, lo que efectivamente te saca de tu “zona de confort” para salir a marchar es la gente que te rodea.

Javier Díaz-Albertini es sociólogo