Era el Leteo, en la mitología grecorromana, un río que estaba en el Infierno y cuyas aguas, si bebidas por los que llegaban al reino de Plutón, producían en ellos el olvido inmediato y para siempre de todo lo pasado.
También la mitología nos cuenta que los dioses tenían una bebida para curarse las heridas o dolores, y que además producía olvido, como las aguas del Leteo. Esa bebida se llamaba Nepente (del griego nepenthés, exento de dolor).
Nosotros, para olvidarnos, nos drogamos, nos emborrachamos, nos medicamos; y claro, todas estas cosas producen olvido; sólo que el olvido que producen es circunstancial, ocasional y temporal. Cuando pasan los efectos de tales olvidativos, volvemos a recordar.
En cambio, el Leteo y el Nepente hacían olvidar para siempre. Ésa es la gran diferencia con nuestros medios y trámites para olvidar; nos hacen olvidar, sí, pero sólo por un tiempo. No disponemos de nada que se parezca al Leteo y al Nepente, que tenían la virtud formidable de producir olvidos definitivos y sempiternos.
Tampoco disponemos de una lanza como la maravillosa de Aquiles, llamada Pelias, que curaba las heridas que hacía. ¿Qué es olvidar, qué es olvidarse? Es dejar de tener en la memoria lo que se tenía o debía tener.
Olvidar es también dejar de tener en el afecto a una persona o cosa. En tal sentido no es que se borre de mi memoria esa persona o esa cosa; no, las sigo recordando, pero su recuerdo ya no me mueve ni me conmueve, su recuerdo ha perdido eficacia, ya no me modifica. Esa persona y esa cosa ya no me importan.
Tocante a la acepción recién hecha dicha de olvidar, yo me pregunto, ¿qué debiéramos olvidar? Mencionaré dos cosas que a mi juicio debiéramos olvidar porque son congeladoras, paralizantes e infernales.
Debiéramos olvidarnos de la desesperanza. No debemos permitir que ella obre en nosotros y nos abata. Abatir significa derrumbar, echar por tierra, tumbar. No nos dejemos abatir por la desesperanza, olvidémosla, esto es, dejemos de tenerla, no ciertamente en nuestro recuerdo, sino en nuestro afecto. No le reconozcamos eficacia.
La desesperanza es propia de la derelicción. ¿Qué es la derelicción? Es la acción y efecto de derelinquir, o sea de abandonar y desamparar. Nótese, sin embargo, que la persona derelicta no es la simplemente abandonada, sino la completamente abandonada. La palabra derelicción expresa una cabalidad abandonística que el término usual abandono no expresa.