“¿Por qué diablos alguien escogería libremente tomar un camino que continúa plagado de humillaciones, rechazo y sentimiento de marginalidad?” (Foto: El Comercio)
“¿Por qué diablos alguien escogería libremente tomar un camino que continúa plagado de humillaciones, rechazo y sentimiento de marginalidad?” (Foto: El Comercio)
Fernando Berckemeyer

Existe una paradoja llamativa detrás del pensamiento de muchos de quienes luchan contra la aceptación social de la homosexualidad. Al menos en quienes enarbolan el argumento de que esta aceptación haría, particularmente por su efecto en los niños, que la homosexualidad prolifere. Por ejemplo, el gobierno nacionalista húngaro, que logró hace una semana que la Ópera de Budapest retirara el musical "" de su escenario porque se trataba de “propaganda” que podía “convertir en homosexuales” a los niños que la presenciasen. O nuestro movimiento #ConMisHijosNoTeMetas, que señala los riesgos de que un currículo escolar que relativice los roles de género pueda “homosexualizar” a los niños peruanos.

El tema está en que quienes defienden estas posturas normalmente sostienen también que la homosexualidad no es algo que se da de forma natural en las personas. Ahí aparece la paradoja: ¿cómo se puede creer que un niño puede ser “convertido” en gay por ver a la homosexualidad tratada como algo aceptable si es que no se piensa al mismo tiempo que en la naturaleza de ese niño está de alguna manera latente esa homosexualidad?

La verdad es que quienes afirman la teoría de la homosexualización por propaganda implican, aunque sea inconscientemente, la idea de un grado de homosexualidad latente en todo ser humano. Su noción de conversión de los niños en gays por efecto de mensajes que les inculquen que la homosexualidad no es negativa se parece demasiado a la de un dique que, al ser retirado, deja desbordarse a las aguas que contenía. Cuando no hay agua atrás, no hay riesgo en sacar diques.

Ciertamente, aunque no es la única posible causa de la homofobia, el miedo que la secreta conciencia de esta latencia interna despierta en muchas personas ayudaría a explicar por qué existen ciertas reacciones. Por ejemplo, la del hombre adulto que en la función de Billy Elliot de hace cuatro días en el Teatro Peruano-Japonés dedicó un insulto homofóbico a un niño del elenco. Respuestas así son difíciles de explicar frente a cosas que a uno no le tocan personalmente...

Sea como fuere, al menos quienes buscan vivir de manera coherente con su calidad de animales racionales, lo importante con la homofobia no debería de ser tanto su causa como su manifiesta irracionalidad. Después de todo, aun cuando su asunción de la idea de un grado de homosexualidad latente en todos fuera consciente, los propulsores del argumento de la homosexualización por propaganda no tendrían nada que temer de ningún currículo o musical. El deseo sexual es siempre instintivo y, sea que venga ya formado biológicamente o sea que se forme durante la niñez temprana como resultado del ambiente (o sea una mezcla de ambas cosas), nunca es la consecuencia de una serie de operaciones mentales cuya conclusión el cerebro transmite al cuerpo. No es, pues, algo que se puede formar por 'propaganda'. La propaganda solo puede convencer de reprimir o dejar libre lo que ya está ahí.

No es necesario leer de psicología para afirmar esto. ¿O es que hay quien pueda decir de forma honesta con su experiencia personal que la propia sexualidad no es algo con lo que uno se encuentra, sino algo que uno elige? Cuando una persona toma consciencia de su sexualidad, la descubre ya del lado de la escala del deseo donde lo que preponderan son los deseos heterosexuales (en el que está la mayoría) o del lado contrario. Y en el estadísticamente improbable caso de que a lo largo de la vida se produzca un cambio de instintos, ese cambio no se dará por 'propaganda'.

De hecho, acaso la mejor prueba de la irrelevancia de cualquier opinión social o campaña a la hora de determinar o cambiar el instinto sexual en un individuo está en la cantidad de personas homosexuales que se forman en hogares y sociedades machistas, pese a la existencia en su alrededor de personas como la del Peruano-Japonés y movimientos como #ConMisHijosNoTeMetas. ¿Por qué diablos alguien escogería libremente tomar un camino que continúa plagado de humillaciones, rechazo y sentimiento de marginalidad? ¿Por qué alguien estaría dispuesto a pagar ese precio si no lo sintiera inescapable para tener respeto por sí mismo, respirar bien y ser quien es? ¿Qué tanta empatía hay que tener para notar eso?

O para notar, ya que estamos en ello, que el orgullo que se celebró el jueves pasado no es el orgullo de ser homosexual, sino el de haber aceptado la propia identidad contra viento y marea. Y en el caso de los heterosexuales que lo celebran, el orgullo de ayudar a que ese viento y esa marea cada vez sean menos fuertes, y a que todos podamos vivir crecientemente en sociedades en las que ningún niño o adolescente tenga que sentir miedo de la vida, ni vergüenza de sí mismo, al descubrirse como es.

¿No es ese un orgullo del que vale la pena ser parte?