El problema no es que se dicte un curso de religión en los colegios públicos. El problema es que solo se enseña una religión. La religión católica. Lo cual en un estado laico, como supuestamente es el nuestro, no solo es discriminador hacia los miles de escolares que o no profesan la religión católica o no profesan religión alguna o ya decidirán sobre el tema cuando buenamente les plazca porque a sus padres les parece un poco abusivo imponerles ciertas cosas a tan temprana edad. Para reparar esta insuficiencia, no basta con que los chicos no católicos tengan un par de horas disponibles para ocuparse de alguna otra materia; en realidad a ellos también se les debería impartir lecciones sobre sus respectivas religiones. Aun así, sin embargo, quedarían librados a la arbitrariedad los precoces agnósticos, ateos o nosaben/nopinan.
Así que ahí no se acaba el problema. Menos aun teniendo en cuenta que el curso de Educación Religiosa viene a ser más bien una versión apta para todos de la catequesis común y corriente, lo cual no es muy “educativo” que digamos. Conocer los sacramentos, los pecados veniales y los capitales, los mandamientos de la Iglesia o los evangelios puede resultar interesante e incluso enriquecedor pero no debería ser obligatorio para nadie.
En todo caso, digamos que el curso de educación religiosa podría resultar mucho más, justamente, educativo y útil si abordara la historia de las religiones, sus orígenes, su evolución. Si no de todas, por lo menos aquellas que mayor influencia han tenido en nuestra civilización, entre las cuales, sin duda, habría de figurar la religión católica pero no solamente. Así, nuestros estudiantes saldrían de las aulas con un conocimiento cabal de cada doctrina, aptos para optar por una de ellas si les provocara.
Claro que tan remozado curso, tendría necesariamente que abordar también los oscuros capítulos que los líderes y autoridades de -casi todas- las religiones han protagonizado en determinados momentos de la historia (Inquisición, apoyo a dictaduras, entre otras hazañas non sanctas). Y ya puestos en ese plan, tampoco debería faltar un documentado capítulo sobre el tratamiento que las religiones más “populares” les han dado y les siguen dando a las mujeres.
Ciertamente, es difícil calcular la cantidad de nuevos feligreses que resultarían de llevarse a cabo una experiencia semejante. Lo que, en cambio, sí resulta casi seguro es que se dispararía la cantidad de ateas.