Mañana es el Día Mundial de la Libertad de Prensa. Nos da ocasión para tomar en cuenta el alcance de la censura y las amenazas a periodistas, medios y formadores de opinión alrededor del mundo.
Nadie mejor que John Stuart Mill describió lo violatorio que es limitar la libertad de expresión: “La peculiaridad del mal que consiste en impedir la expresión de una opinión es que se comete un robo a la raza humana, a la posteridad tanto como a la generación actual; a aquellos que disienten de esa opinión, más todavía que a aquellos que participan en ella. Si la opinión es verdadera, se les priva de la oportunidad de cambiar el error por la verdad; y si errónea, pierden lo que es un beneficio no menos importante: la más clara percepción y la impresión más viva de la verdad, producida por su colisión con el error”.
Desgraciadamente las vulneraciones a la libertad de prensa han estado en aumento a nivel internacional por varios años. Según el nuevo reporte anual de Freedom House, “la libertad de prensa global cayó a su nivel más bajo en 13 años”. Reporteros sin Fronteras (RSF) documenta la misma tendencia y reporta que en el último año dos tercios de los países del mundo han experimentado un declive.
El 45% de la población mundial vive en países donde no existe la libertad de prensa, de acuerdo a Freedom House. El fortalecimiento del autoritarismo en Rusia, China, Turquía y otros países explica parte del descenso. Por lo menos 81 periodistas han sido encarcelados en Turquía, por ejemplo, según el Comité para Proteger Periodistas. China está debilitando la libertad de prensa en Hong Kong a través de presiones económicas y operaciones clandestinas.
En América Latina, Costa Rica, Uruguay y Chile tienen mayor libertad de prensa, mientras que Honduras, Venezuela y Cuba son los peores calificados por Freedom House. En el caso hondureño, como en el mexicano, el crimen organizado explica la mayor amenaza a la prensa. Bolivia registra la caída más aguda y Argentina la mejora más marcada.
Quizás lo más preocupante y sorprendente tiene que ver con el deterioro en los países democráticos avanzados. “La erosión de la libertad de prensa es particularmente visible en las democracias europeas”, observa RSF. Tanto Alemania como el Reino Unido y Francia han aprobado leyes que autorizan la vigilancia masiva por parte de las autoridades. Además de contravenir lo que muchos consideraban sus derechos (y repetir lo que ha ocurrido en EE.UU. y Canadá), el espionaje oficial alienta la autocensura.
Lo que empeora todavía más la situación es la criminalización del discurso del odio, de las noticias falsas y de la glorificación del terrorismo, para dar unos ejemplos. Esto se ha aplicado a críticos del islam y de la inmigración, así como a musulmanes críticos de la democracia. Pero no estamos viviendo en el siglo XVII, cuando el lenguaje y los hechos se trataban de igual y se libraron guerras religiosas. “Hemos presenciado el regreso de la manera no tolerante de ver las palabras y las acciones”, sostiene el periodista danés Flemming Rose.
El tratar de proteger a la gente de sentirse ofendida ha llevado a absurdidades. En Dinamarca, por primera vez en 46 años, se juzgará un caso de blasfemia contra un individuo por haber quemado el Corán. Por más repulsivo que puedan ser las expresiones, no se puede fabricar de ellas el derecho a no sentirse disgustado. Como dice Rose, una sociedad multicultural y diversa necesita más, no menos, libertad de expresión. En otras palabras, se requiere más tolerancia –algo necesitado en países ricos y pobres–.