María Cecilia  Villegas

Han pasado 203 años desde que, por la voluntad general de los pueblos, José de San Martín declaró que el era libre e independiente. Sin embargo, seguimos siendo un país en el que no existe un real. Es decir, tenemos un Estado incapaz de proveer condiciones mínimas para que sus ciudadanos puedan desarrollarse, progresar y vivir dignamente y en paz. Aunque la presidenta nos haya presentado una lista de lavandería de supuestos logros, la realidad es muy distinta a los discursos.

La descentralización buscó acercar los mecanismos de toma de decisiones al ciudadano para mejorar su acceso a servicios e infraestructura. Pero, en la práctica, delegamos capacidades y presupuesto en autoridades (alcaldes y gobernadores) que no tienen capacidad de gestión ni conocimientos de cómo ejecutar proyectos y administrar servicios. Y, en lugar de construir una burocracia sólida con técnicos capaces y meritocracia, le entregamos los sectores más importantes para el desarrollo del país a políticos y advenedizos. Así, la descentralización no ha logrado mejorar el acceso a servicios, la rendición de cuentas ni la transparencia, sino, por el contrario, su mayor éxito ha sido descentralizar la corrupción.

Hasta el 30 de junio, los gobiernos subnacionales (gobiernos regionales y municipales) habían invertido solo el 33% del total de su presupuesto. Y, entre estos, uno de los que peor ejecución presupuestal tiene es la Municipalidad Metropolitana de Lima, que ha ejecutado solo el 16,5%. ¿Cómo logramos entonces que los ciudadanos confíen en la democracia cuando sus necesidades más básicas no son satisfechas? El 98% de los establecimientos de salud de primer nivel (postas médicas y centros de salud) tiene una capacidad instalada inadecuada. Es decir, no tiene la infraestructura, los instrumentos ni las medicinas adecuadas para atender a los enfermos. Pese a ello, hay cinco gobiernos regionales que han ejecutado menos del 15% de su presupuesto de salud: Piura, Arequipa y San Martín han ejecutado el 13%; Lambayeque, el 11%; y La Libertad, solo el 9%. En el Perú solo tres de cada cien establecimientos de salud están en buen estado y no es por falta de dinero.

La cosa no va mejor en el sector educación, en el que el Gobierno Regional del Callao, por ejemplo, ha ejecutado solo el 7% de su presupuesto, pese a que 28 colegios se encuentran en alto riesgo y el 23% del total de colegios no tiene agua potable. En la región Áncash, el gobierno regional ha ejecutado el 6% de su presupuesto en Educación, a pesar de que la mitad de los colegios no tiene servicios básicos. En Huánuco, donde el 64% de los colegios está a punto de colapsar, las municipalidades han ejecutado solo el 9% de su presupuesto.

¿Qué significa esto? Que el Estado Peruano es incapaz de proveer condiciones de vida mínimas a su población. La ineficiencia e incapacidad en el gasto público, que considera además la mala elección de los proyectos, corrupción e incapacidad para supervisar su ejecución, genera insatisfacción de los ciudadanos con la democracia y con el modelo económico.

¿Cuál es el rol de los frente a un Estado incapaz? No podemos mirar a otro lado. Es momento de plantear soluciones: proponer una reforma de la descentralización, impulsar asociaciones público-privadas, obras por impuestos y también impulsar un sistema de presupuesto por resultados.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Maria Cecilia Villegas es CEO de Capitalismo Consciente Perú

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