Lima vive en una burbuja si cree que Sendero Luminoso y el MRTA no atacarán nuestra capital. Parecen los 80, cuando nadie creía que el terrorismo rodearía la capital, como efectivamente ocurrió. Cosa rara, pues desde 1983 empezaron los atentados a fábricas, sedes de partidos, el secuestro y asesinato de empresarios y personajes notables. Entre bombas, muertes y apagones, como París, Lima era una fiesta. Para algunos, “la cosa no era para tanto”.
Ya a fines del Virreinato, el barón Alexander von Humboldt –en carta al gobernador de Jaén, don Ignacio Checa– le escribe: “Un egoísmo frío gobierna a todos y lo que no sufre uno mismo, no da cuidado a otro”. Y lo que notó el sabio alemán seguía vigente a fines del siglo XX, como lo sigue hoy.
Recién en 1992 Lima abrió los ojos cuando Sendero Luminoso asesinó y dinamitó el cuerpo de la icónica lideresa popular María Elena Moyano, frente a sus vecinas y pequeños hijos, aquí nomás, en Villa El Salvador. Moyano, treja y valiente, organizó una marcha contra el terror y su brutal asesinato fue la respuesta de la banda carnicera de Abimael Guzmán. Luego un carro-bomba destruyó la calle Tarata, en pleno corazón de Miraflores. La muerte y el dolor tocaron a amigos, familiares y conocidos, y los limeños comprendieron que esto no les pasaba a “los otros”, sino a todos los peruanos. Quizá ese terrible día se comprendió mejor la palabra “nosotros”.
La destrucción y el dolor generados por las hordas senderistas (de inspiración marxista-leninista-maoísta) y del MRTA (castro-guevarista) no son comprendidos por las nuevas generaciones. Los jóvenes usan polos con la cara del asesino Che Guevara (‘El Carnicero de la Cabaña’, por los cientos de fusilamientos de opositores a la revolución castrista que ordenó y ejecutó). Esta juventud de ideología confusa “demócrata-inclusiva-caviar” se rasga las vestiduras y lloriquea por la “violación de derechos humanos” durante el fujimorato; clama por la “inclusión social”, mientras venera al Che, ese fulano que sostuvo que los indígenas mexicanos eran “la indiada analfabeta de México”, y que los campesinos bolivianos eran “animalitos”. Ok, ahora, ¿pueden quitarse ese polo? Gracias.
En días recientes fue liberado uno de los cabecillas senderistas, el arquitecto Incháustegui, quien fue capturado en la casa donde se escondía el criminal de criminales, Guzmán. Incháustegui ya cumplió sus 22 años de condena y en prisión se dedicó a la cerámica, desarrollando una bonita colección de cerdos voladores. La pregunta es: ¿Dejó de creer en la lucha armada? ¿El gobierno está en capacidad de hacer seguimiento a los terroristas que están siendo liberados?
Es un hecho que Sendero y el MRTA se reorganizan a vista y paciencia de las autoridades. El año pasado un informe de “Correo” dio cuenta sobre el entrenamiento de niños (de 6 a 15 años) “para participar en acciones terroristas” y “enfrentarse a las fuerzas del orden”. Son los llamados “pioneritos”. Milicianos no les faltarán a los terroristas liberados.
Una pregunta a los padres de familia: ¿Tienen idea cuál es la ideología de sus hijos e hijas? ¿Les han contado la verdad de lo ocurrido en los 80 y 90? ¿Podrían caer, por idealistas, y seguir a alguno de estos liberados que pululan por Lima?
María Elena Moyano
“Sendero está en contra del pueblo”
— “Al atemorizarse la izquierda, Sendero ha avanzado [...] están en contra del pueblo, están en contra de nuestras organizaciones”, dijo María Elena Moyano en una entrevista. El día de su asesinato, en 1992, Moyano estuvo con sus hijos Gustavo y David.
Senderista Incháustegui
Una enorme deuda con la memoria del país
— El senderista Carlos Incháustegui, quien escondió a Abimael Guzmán hasta su captura, salió libre el 11 de setiembre tras cumplir una condena de 22 años por el delito de terrorismo. Incháustegui debe S/.4 millones al Estado por reparación civil.