Lima o el monstruo sin memoria, por Martha Meier M.Q.
Lima o el monstruo sin memoria, por Martha Meier M.Q.
Redacción EC

Lima se canibaliza, engulle casas y arboledas para escupir moles de concreto. Crece con edificios que emulan a los del Primer Mundo (“rascacielillos” los llamó el gran limeñista Manuel Solari Swayne, ‘Zeñó Manué’) y estos dejan a las grises calles aun más grises y en penumbra.

Lima se desploma y arranca sus recuerdos de raíz. Ciudad sin memoria, sin espíritu. Monstruo que crece como un tumor y pare hijos violentos.

En mayo del año pasado, el escritor y periodista Jerónimo Pimentel (Lima, 1978) presentó “La ciudad más triste”. En esa su novela describe la Lima vista por Herman Melville durante su estadía de 1843 a 1844. Para Pimentel, “Melville vio algo en la ciudad que en verdad lo horrorizaba, una ciudad subsumida en sí misma. Lima parece tragada por una ballena enorme, un leviatán [monstruo marino]”. Podemos añadir que esa ballena se traga también la memoria de lo bueno y queda solo lo abominable. “Lima, la pervertida”, dice uno de los personajes de Melville en “Benito Cereno”.

El historiador Estuardo Núñez en “Viajes y viajeros extranjeros por el Perú” (1989) recuerda que “Robert Louis Stevenson anduvo por estas costas del Pacífico poco después de Melville”.  El autor de “La isla del tesoro” (1883) fue tripulante de una nave guanera. Él también ha sido olvidado, como se olvida que en el parque Reducto de tropas peruanas al mando del abogado Ramón Ribeyro combatieron contra los chilenos, mientras Cáceres en San Juan de Miraflores trataba de repelerlos. Estos finalmente ingresaron a Lima para saquearla, destruirla, robar hasta los libros de la biblioteca y violar a las limeñas. Hoy es memoria devorada por intereses económicos. 

Por las calles de Lima y su puerto anduvieron grandes personajes de la historia, del arte, de la ciencia, exploradores y estudiosos. 

El gran Charles Darwin estuvo en el Callao; el sabio alemán Alexander von Humboldt pasó una temporada aquí, lo mismo que Rugendas, el notable pintor costumbrista y naturalista; el investigador belga, Jean Baptiste Joseph Louis Popelaire, barón de Terloo y la pensadora y feminista franco-peruana Flora Tristán. 

Décadas después su nieto, el inigualable pintor Paul Gauguin, pasó sus primeros años en una casa en la avenida Emancipación, hoy tugurizada y que se cae a pedazos. En cualquier otro lugar sería un museo, pero no en Lima. No. 

Cuando lo ‘beatnik’ estuvo de moda, el poeta Allen Ginsberg –profeta de toda una generación de barbudos– se paseaba por el Centro de Lima, escandalizando. Era budista, precursor de los hippies, militante gay, consumidor de LSD, un ícono de lo “terrible” que llegó, entre otras cosas para probar el alucinógeno amazónico ayahuasca. Un hombre controvertido, pero mítico y que marcó para siempre a los jóvenes poetas que con él alternaron, como al recordado Walter Curonisy, por entonces un jovencito de 20 años. 

Para Ginsberg, “la poesía surge del alma”. Esa alma que Lima, la frívola, pierde aceleradamente, esto –claro– si es que alguna vez la tuvo.

Melville
La ciudad más extraña y triste

— “¿Lo que hace que Lima, la sin lágrimas, sea la más extraña y triste ciudad que usted pueda ver? Ello se debe a que Lima ha tomado el velo blanco y existe el más alto horror en esta blancura, que define su tribulación”.
Herman Melville, en “Moby Dick”.

Gaugin
Los locos en los techos de Lima

— “En Lima, esa deliciosa ciudad donde nunca llueve, los techos eran terrazas. Si había un loco en la familia, tenía que ser mantenido allí, amarrado con una cadena”. Paul Gauguin recuerda su infancia en Lima y en su “Diario íntimo”, escrito en 1903.