Pareciese que este verano se ha puesto más sucio que de costumbre. Más allá de que se haya puesto como excusa para la segregación de un espacio público (en este caso una playa en particular) el tema de la higiene y la limpieza, también amerita hacer una reflexión acerca de los hábitos de los limeños y la idiosincrasia que le estamos imprimiendo a la ciudad. Hay un hecho concreto: llega un grupo grande de gente a la playa y para la tarde, habiéndose marchado, el lugar se ha convertido en un escenario de guerra, en trincheras de la Primera Guerra Mundial luego de una batalla sangrienta.
Y no solo es la playa, es también lo que se bota por las ventanas de los carros, lo que se encuentra en las esquinas un poco más allá, solo un poco nada más, del Centro Histórico: orines y defeques. El poto sucio de la ciudad. El hecho es insoslayable. ¿Somos inveteradamente sucios los limeños? ¿Es un tema de educación, de valores, de clase social?
González Prada con su acre verbo escribió lo siguiente acerca de una Lima colonial que en aquella época no había cumplido aún la centuria: “…donde no conocían higiene pública ni privada; donde acequias al aire libre desbordaban con las deyecciones del vecindario; donde la Junta de Sanidad y la Baja Policía estaban resumidas en una sola corporación –los gallinazos–…” .
Recuerda también que una de las razones para la demolición de las murallas de Lima en el siglo XIX era que la gente arrojaba la basura a los extramuros y las mismas murallas estaban sostenidas por cerros de desperdicios. Parece ser una costumbre inveterada, una maldición maloliente, pero revisemos un detalle: los lugares en donde se botaban (y se botan hoy) los desperdicios son lugares públicos, lugares en donde no se ha reforzado el sentido de pertenencia. Son lugares que no son míos ni tuyos, tierra de nadie. No hemos asumido la ciudad como nuestra o al menos los que dejan basura no lo hacen.
¿Qué más da si boto la basura si otro la va a recoger? A mí no me compete. ¿Qué más da si boto la canchita al suelo del cine si la siguiente vez que vaya va a estar limpio? Igual pasa con la playa, la calle y la esquina, siempre habrá un gallinazo, un barrendero, un camión de la basura. ¿Qué pasaría si la playa se quedase sucia al siguiente domingo y así siempre? La gente no iría. ¿Cuándo se harán marchas no solo para exigir derechos sino para exigir deberes también? Porque la limpieza y la higiene no solo son un deber: no cumplirlo también puede generar la comisión de un delito. ¿Pero quién va a penalizar esto si ni siquiera hay una sanción social?
Hay otras ciudades que capitalizan la limpieza para mejorar su imagen. Quito ha hecho grandes esfuerzos en promover su hermosa urbe, prístina, limpísima ella. No puedo decir lo mismo de Lima. Si no se hacen campañas serias y a nadie le interesa esto, porque me late que no genera réditos políticos, estaremos manchados por siempre.