Cuando las expediciones piratas intentaron tomar Lima por la fuerza en 1579 (Drake), en 1615 (Joris Van Spilbergen) o en 1624 (Jacques L’Hermite), las mujeres, ancianos y niños corrieron aterrados a refugiarse en los monasterios. Rezaban y juraban renunciar al pecado si la ciudad y sus vidas se salvaban. En cada una de esas ocasiones, las limosnas a los pobres, donaciones a la Iglesia y entrega de víveres para las tropas aumentaron como nunca.
Los piratas partieron cada uno con diferente suerte, pero pasado el peligro, los limeños olvidaron la piedad, los juramentos y volvieron a pecar alegremente. En julio de 1687 la imagen de la Virgen de la Candelaria lloró y sudó en casa del oidor José Calvo de la Banda. Esto se interpretó como el aviso de un terrible sismo que castigaría los múltiples pecados limeños. En octubre de ese año dos terremotos sacudieron Lima y la población acudió arrepentida a los altares pidiendo perdón y ofreciendo limosnas. Con el grito de “Lima, Lima, tus pecados son tu ruina”, lanzado por fray Luis Galindo de San Ramón, se organizaron procesiones donde los asistentes se flagelaban, prometiendo buena conducta. Pasado el susto volvió la vida licenciosa.
En 1746 ocurrió el peor de los 14 terremotos de la Lima virreinal. Y las calles se llenaron, como nunca, de penitentes descalzos, coronados de espinas y flagelándose, en procesiones que llegaron a sumar 6.000 almas: y se repetía el grito de Fray Luis de 1687, “Lima, Lima, tus pecados son tu ruina”.
Las damas limeñas organizaron sus marchas: iban con los cabellos cortados, descalzas y vistiendo lana (aunque enjoyadas) pedían “perdón por sus profanidades” (Llano Zapata). Unas monjas videntes dijeron que el sismo castigaba “las injusticias de los jueces y poderosos contra los pobres, las profanidades y vanidades de las mujeres con sus escandalosos vestidos; la codicia y la usura; el pecado de lujuria no solo de hombres con mujeres, sino hombres con hombres y mujeres con mujeres”.
El arzobispo diría que la culpa era la corrupción y el baile de “ciertos mozuelos que llaman maricas, por ser tan afeminados en su habla, aire de andar, y en el traje, nefandos sodomíticos que se visten de mujeres”. Los rezos y las limosnas se multiplicaron, pero pasado el temor los limeños regresaron al pecado, olvidándose de sus juramentos.
Por más tiempo que pase, la historia es recurrente. En abril del 2011, un grupo de damas limeñas, horrorizadas por el pase a la segunda vuelta de la opción radical izquierdista-chavista, circuló una carta en la que pedía ayuda para “armar canastas con víveres, que serían repartidas entre la gente de menores recursos”. La iniciativa, decía la carta, sería permanente para evitar que esa “situación terrible” se repitiera.
Pero el temido candidato juró con la mano sobre la biblia, y ante garantes y “exorcistas” prometió moderarse y seguir una hoja de ruta. Su esposa se fotografió con las señoras más distinguidas de Lima. El susto pasó y las damas sobresaltadas regresaron a sus vidas, olvidando las ofertas de caridad permanente. Pero solo por el momento, porque la historia siempre se repite y se repetirá.