La periodista Patricia del Río fue muy criticada por haber dicho que “los soldados deben aprender a nadar” en medio de la trágica muerte de seis reclutas que intentaron cruzar el río Ilave en Puno. Muchas reacciones críticas a esta opinión fueron característica de aquello a lo que nos tienen acostumbrados las redes sociales: un destilado de rabia y odio dirigido a la persona. En vez de corregir y guiar, los ataques buscaron destruir y difamar. La periodista, harta de estos abusos, renunció a su programa en Nativa TV.
Sobre su comentario, opino que quizás no era el momento, no fue la mejor manera, pero su observación apunta hacia un hecho insoslayable: nadar es una capacidad que muchos peruanos no poseen y que tiene un efecto negativo en sus oportunidades socioeconómicas, recreativas y deportivas, a la vez que aumenta el riesgo para sus vidas.
En el 2019, Lloyd’s Register Foundation financió una encuesta que estudió las percepciones y experiencias de riesgo que tienen las personas y cómo estas afectan a su seguridad (World Risk Poll). La encuesta fue realizada por la empresa Gallup con más de 150.000 informantes distribuidos en 142 países, el Perú incluido.
Una de las preguntas interesantes concernía a si la persona sabía nadar en forma autónoma; es decir, sin ningún tipo de asistencia. Pues resulta que el 47% de peruanos declaró que sabía nadar. Al compararnos con otros países sudamericanos, solo Paraguay tiene menos nadadores (40%). Incluso Bolivia, que no cuenta con los miles de kilómetros de mar que tenemos, tiene un poco más.
La capacidad de nadar varía enormemente entre países. En forma agregada, a nivel mundial, el 44% sí sabe. Sin embargo, esta capacidad se dispara en los países de ingresos altos, llegando al 72%, y disminuye drásticamente al 27% en los países de ingresos bajos. Pero la desigualdad no se limita a ingresos, ya que la brecha de género es enorme. En todo el mundo, el 57% de los hombres sabe nadar, algo que solo pasa con el 31% de las mujeres. Esta brecha es mucho mayor en América Latina y el Caribe, donde el 71% de los hombres y el 33% de las mujeres nadan.
Aterrizando en el caso peruano, la brecha entre el quintil superior y el inferior de ingresos es de 22 puntos porcentuales (58% vs. 36%), mientras que la distancia hombre-mujer es de 45 puntos (72% vs. 27%). ¡Casi tres cuartas partes de las mujeres no saben nadar! A pesar, entonces, de que en nuestro país nadar es visto como un privilegio económico, vemos que está lejos de ser la única variable de importancia.
Justo por ello resulta esencial lo resaltado por el economista Amartya Sen al destacar que las capacidades que poseemos son esenciales en los procesos que nos llevan al desarrollo, la equidad y la libertad. En un estudio realizado por la OCDE (Borgonovi et al., 2022) utilizando la encuesta antes señalada, los autores resaltan el hecho de que saber nadar es una capacidad que brinda a su poseedor mayores oportunidades. Es decir, las empodera de diversas maneras. Primero, las económicas, ya que hay muchos empleos que ponen al trabajador cerca del agua (mar, río, lago, piscina, cisterna, laguna de oxidación). Segundo, las geográficas y territoriales, ya que los centros urbanos tienden a estar cerca de los cuerpos de agua. Tercero, encontramos las recreativas, deportivas y terapéuticas. Y, cuarto, disminuye el riesgo de ahogamiento en un mundo que cada vez vive más inmigraciones cruzando mares y ríos, y los estragos del cambio climático (tormentas e inundaciones).
Resulta importante, entonces, ampliar nuestra visión de las capacidades que empoderan y no limitarnos a las brindadas por la educación básica. Saber nadar es una de ellas. Pero también incluye, por ejemplo, conducir vehículos, otra capacidad que discrimina. En el Perú, aproximadamente 520.000 mujeres tienen brevete de los más de 3′700.000 existentes; es decir, un 15%. De estos, solo 20.209 (MTC, 2023) permiten ejercer legalmente una actividad económica (categorías AII y AIII). En comparación, aproximadamente 1′300.000 hombres cuentan con estas licencias.
Una tarea urgente e importante es identificar estas capacidades que normalmente son formadas desde una posición discriminatoria de clase, género, raza y etnia, y democratizarlas vía programas formativos.