Hay pocas dudas de que el actual Gabinete Ministerial es mejor que el anterior, pero no porque sea bueno sino porque el reemplazado era pésimo. Por eso, están fuera de lugar las exageradas expectativas que los más ardientes miembros de la desencajada coalición vizcarrista cifran en el nuevo Presidente del Consejo de Ministros (PCM) y en su equipo.
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Como era obvio, un sector de las izquierdas ha quedado descontento con el cambio. Son inútiles los intentos de algunos de los defensores del Gobierno de negar lo evidente: el nuevo Gabinete ha significado un viraje a la derecha que, es de esperar, no quede solo en las apariencias sino que se ocupe de lo sustantivo. Es decir, que elimine las trabas burocráticas para acelerar la reapertura de la economía, destrabe los proyectos de inversión públicos y privados, etc.
Las izquierdas ahora intentarán obstaculizar esas urgentes necesidades de gestión pública y revertir el cambio de rumbo. Para ello, han centrado sus dardos ahora en el ministro de Trabajo, que llegó al puesto, según el portal Útero.pe, porque es amigo y compañero de universidad del sobrino de Pedro Cateriano. La defensa que hizo este de su protegido en la presentación del miércoles mostró las limitaciones del nuevo PCM. Les dio más armas a los detractores al afirmar que en ese cargo aprendería a golpes. No pasó desapercibido el gesto de Martín Vizcarra que, como acostumbra, se lavó las manos y dejó que Cateriano asuma la responsabilidad de defender a su recomendado, con lo que los izquierdistas redoblarán sus ataques.
Y el ministro de Trabajo no es el único miembro del Gabinete relacionado familiarmente con Cateriano. Una coincidencia poco oportuna cuando el presidente y su entorno están siendo cuestionados por acoger en el seno del Estado a parientes y allegados.
En suma, los izquierdistas seguirán respaldando a Vizcarra en tanto siga atacando y usando su creciente influencia en el sistema judicial para liquidar a los adversarios comunes y, simultáneamente, tratarán de remover a ministros y funcionarios a los que catalogan como pro-empresariales.
El reclamado sinceramiento de las cifras de la pandemia tampoco ha dejado satisfechos a quienes lo demandaban, muy poco y muy tarde. Aunque no era un asunto decisivo sino más bien simbólico, hubiera sido un paso significativo para marcar un antes y un después, consolidando un respaldo al nuevo Gabinete y proporcionando argumentos a sus voceros oficiosos. Sobre todo porque, como anota Enrique Castillo, “ya nadie cree en la estadística oficial”. Y agrega que cosas como las deslucidas e improductivas reuniones de Cateriano con las bancadas del Congreso y su fracaso en adelantar la presentación del Gabinete antes del 28 de julio muestran que el brillo del PCM comienza a apagarse muy rápidamente (“Gestión”, 22/7/20).
Una cuestión adicional es la arrogancia de Cateriano, que para algunos da la impresión de comportarse como una especie de lord inglés –o marqués español–, que no oculta su desprecio por quienes considera indignos de consideración y los mira por encima del hombro.
En síntesis, el debut de Cateriano no ha sido el más auspicioso. Las altas expectativas que algunos tenían se empiezan a disipar. Y es que una cosa es ser PCM en un Gobierno como el de Ollanta Humala, con una economía boyante y con mayoría relativa en el Congreso, y otra en un país que sufre la mayor crisis en más de un siglo, sin una bancada en el Congreso y en medio de una turbulencia social que ya empieza a manifestarse, como ha ocurrido con el bloqueo de carreteras y la quema de camiones que transportaban mineral en Espinar.
Es en los momentos difíciles donde se ve a los verdaderos líderes y, por lo menos por ahora, Cateriano no da la talla. Pero es lo que tenemos y hay que aceptar que con Vizcarra las cosas pueden ser mucho peores, como eran, de hecho, con Zeballos y compañía.