“Decidir si vale la pena vivir es responder a la pregunta fundamental de la filosofía”, escribió Albert Camus y agregó: “Todo lo demás es un juego de niños”. Camus, que el 4 de enero cumplió sesenta años de fallecido en un accidente automovilístico en la carretera de Borgoña, exhibió un amor por la vida que conmueve por su consistencia y profundidad. Fue este sentimiento inamovible el que lo ayudó a sortear todas las enormes dificultades de una fascinante trayectoria vital que empezó en un hogar humilde de Argelia, con una madre analfabeta y un padre fallecido en la Primera Guerra Mundial, y que culminó con un Nobel otorgado en reconocimiento de su obra a los 44 años. En la ceremonia de entrega del premio, tres años antes de su temprana partida, Camus se encargó de homenajear a su maestro de escuela, el señor Germain, a quien junto a su madre agradeció por un honor que consideraba “demasiado grande” para un “niño pobre”, que, como bien sabemos, nació en los extramuros coloniales de una Francia xenófoba y clasista. Fue el amor maternal, ese mar Mediterráneo que siempre llevó en el alma y la “mano afectuosa” de un maestro de escuela primaria los que rescataron al autor de “El extranjero” de un futuro sombrío. En la carta de respuesta de Germain a su pupilo, a quien ayudó a obtener una beca en el prestigioso Liceo de Argelia, recordó al “pequeño Camus” cuya mirada “resplandecía” en las clases, expresando, desde muy temprano, su “optimismo” y sus ganas de vivir.
Lo absurdo de la vida, de acuerdo a Camus, podía emboscar a la vuelta de una esquina y no existía muerte más idiota que la ocurrida en un accidente automovilístico. Cabe recordar que luego de sacarlo del auto en el que se estrelló apareció en su bolsillo el boleto del tren que nunca tomó por emprender el viaje en carro con su editor Michel Gallimard, quien iba al timón y que, algunos días después, también falleció. Era como si una extraña premonición sobre la brevedad de su propia existencia, amenazada desde su adolescencia por la tuberculosis, lo empujara a abrazar ese vitalismo radical que siempre defendió. El que se irá consolidando durante los años oscuros y difíciles de la ocupación de Francia por los nazis, cuando Camus se unió a la Resistencia y se convirtió en editor y redactor del periódico “Combat”, una continuación, en otro nivel y circunstancia, de “Argelia Republicana”: periódico antifascista que fue clausurado antes de que el futuro premio Nobel emigrara a Francia en plena guerra.
En los años amargos y cruentos de la ocupación de Francia por los nazis y cuando muchos intelectuales y políticos cayeron en una profunda desesperanza, Camus apeló a la fe en el espíritu humano y a su capacidad para hacer el bien incluso en las situaciones más adversas. Sin ser un creyente, el discípulo de Germain se negó a abrazar el negativismo y de ahí nació “El mito de Sísifo”, libro en que aseveró que, a pesar de que el esfuerzo humano estaba condenado, la mayoría de las veces, al fracaso, valía la pena seguir en la brega, en la aventura de un viaje complicado cuyo destino final nos enfrentaba a lo frágil de la condición humana. “Uno debe imaginar a Sísifo feliz”, empujando la piedra que irremediablemente caerá desde la cima. Una sentencia de quien entendió, y no estaba solo en esa tarea, que el verdadero desafío era lograr la maestría de un destino siempre trágico. Porque no existía “el amor a la vida sin la desesperación” continua de luchar por ella teniendo como única arma la razón.
En su notable libro “Brave Genius: A Scientist, a Philosopher and their Daring Adventures from the French Resistance to the Nobel Prize”, Sean Carroll establece el paralelismo entre el quehacer filosófico de Camus y un combate similar que, por esos mismos años, venía librando, en el ámbito de la ciencia, el futuro premio Nobel de Medicina (1965), Jacques Monod. Su encuentro casual con él en una reunión en favor de los derechos humanos en París marcará, como lo muestra Carroll, el destino de ambos académicos. Los dos se unen a la Resistencia y colaboran desde sus respectivas trincheras; Monod inclusive se enrola en el ejército. Mientras Camus mantuvo su reflexión sobre los fundamentos éticos de la vida, Monod se adentró en su núcleo central: el crecimiento de las células que, a partir de un huevo fertilizado, producirán seres humanos de una enorme complejidad. Lo que resulta fascinante es que la combinación entre ciencia, intuición, azar y una relación intensa con Camus ayudó a la gestación de la biología molecular, paradójicamente imaginada en el contexto de una guerra que dejó millones de muertos. Fue la decisión entre “el infierno o la razón” a la que se refirió Camus. A propósito de ello, Carroll observa que la urgencia y angustia de entender el significado de su propia existencia los lleva, como fue el caso de Marc Bloch y Fernand Braudel, a crear e incluso a descollar en una de las situaciones más dramáticas de la historia europea. El “optimismo razonado” del que da cuenta esta historia es el que nos hace falta en esta etapa tan espeluznante en la que mil millones de animales mueren a vista y paciencia del mundo entero y la guerra y la destrucción avanzan sin que, al parecer, nadie pueda hacer nada por detenerlas. Seguir apostando por la vida, la solidaridad y la razón, es la única alternativa para estos tiempos de oscuridad.