No es una querella académica o conceptual la que anima al fujimorismo y a la ultraderecha que lo acompaña a convertir casi en un tic su oposición al uso del término “conflicto armado interno” para definir lo que sucedió durante los 20 años transcurridos entre 1980 y el 2000.
“Fue terrorismo”, gritan al unísono, como fórmula ritual que alivia no se sabe qué angustias. ¿Qué quieren afirmar con eso? ¿Acaso que lo ocurrido no fue tan grave? ¿Nos están queriendo decir que Sendero Luminoso (SL) y el MRTA fueron algo así como el ETA, un grupo terrorista feroz, pero que, acotado, nunca capturó poblaciones ni territorios?
En el Perú hubo territorios liberados, inclusive en la periferia de Lima, miles de subversivos y movimientos militares de conquista del poder. Nos enfrentamos a la amenaza de las FARC más el ETA juntos. Fue la peor guerra que sufrimos, peor inclusive que la Guerra del Pacífico. Y el Perú la ganó. ¿No es tonto minimizar el peligro y por ende la magnitud del triunfo?
En verdad, la intención encubierta en esta disputa terminológica en la que fetichistamente se halla enfrascada la ultraderecha peruana es en tratar de inventar una historia, según la cual solo habrían ocurrido ataques demenciales de SL o el MRTA y legítimas respuestas de nuestros militares y policías.
La historia, sin embargo, no muestra ello. Nuestras FF.AA. y policía recurrieron en ciertos momentos y en determinados espacios territoriales a la guerra sucia. Y no solo contra senderistas o emerretistas en situación de combate sino, lo que fue más terrible, contra población civil inocente (de eso trata justamente la película “La casa rosada” que tanto alboroto ha generado en la tribuna fujimorista, a pesar de que el filme se refiere a hechos ocurridos en los 80, durante el gobierno de Belaunde).
El fujimorismo recurre a una campaña poco inteligente. Al querer desconocer la historia soslaya el radical cambio de estrategia que se emprendió en los 90 respecto de la política de tierra arrasada predominante en los 80. Fue durante el fujimorato que se instruyó a los militares y policías a cambiar su acercamiento con la población, fue en esa época en que se potenció el trabajo con los grupos de autodefensa del campesinado, fue en los 90 que se afinaron los trabajos de inteligencia. Existió el grupo Colina, sin duda, pero hubo un cambio cualitativo que pronto rindió frutos. Todo eso lo borran en su propio perjuicio.
Si los fujimoristas visitasen con objetividad el Lugar de la Memoria (LUM) tendrían juicios positivos sobre el mismo. Es más, el guion museográfico acordado con la participación de militares y policías, peca, a mi juicio, de edulcorado. Por precauciones políticas, en el LUM no se permite mostrar con mayor crudeza los abismos del horror a los que los peruanos fuimos capaces de llegar en los 20 años que duró la guerra contra SL y el MRTA.
¿Por qué el fujimorismo hace suya la épica represiva de una época de la que no es responsable? Solo se puede entender por el antihistórico proceso de conservadurización que el fujimorismo ha sufrido. Este afán del fujimorismo de reescribir la historia –inclusive aquella que no lo involucra– solo se puede explicar por una deficiencia cognitivo-ideológica o, lo que es peor, por un afán político subalterno, que es capaz de escamotear la verdad solo por una búsqueda de afianzamiento electoral.
La del estribo: estupenda puesta en escena y adaptación del clásico teatral “Una gata sobre el tejado caliente de zinc”. Va en el Centro Cultural de la PUCP y es dirigida por Joanna Lombardi. Ocasión de ver también la sobresaliente actuación de Gustavo Bueno.