(Foto: Congreso)
(Foto: Congreso)
Federico Salazar

El presidente del Congreso, Luis Galarreta, ha dicho que nunca más se deben permitir los golpes de Estado. Confirma la visión que exhibe Fuerza Popular sobre las interrupciones del orden constitucional: sobre los golpes solo se habla del futuro.

Es un error. Es un error de Fuerza Popular y un error que el resto del país no debe cometer.

Los golpes de Estado no se deben permitir. No podemos decir “nunca más”, como ha dicho el señor Galarreta. En este tema hay que decir “nunca”, sin el “más”.

El presidente del Poder Legislativo habló en el aniversario del Congreso. Recordó los golpes de Estado “que, como demócratas, como somos nosotros, nunca más podemos permitir ni tolerar”.

Decir “nunca más” es dejar abierta la posibilidad de “ayer, sí”. El pecado de origen del fujimorismo es el golpe de Estado que perpetró Alberto Fujimori el 5 de abril de 1992.

Es un pecado del que no se arrepienten. Es un pecado que no critican. Es un pecado que no redimen.

Mientras el fujimorismo, desde Keiko hasta Kenji y los demás, no rechace categóricamente el golpe del 5 de abril de 1992, no podremos creer en su supuesta vocación democrática.

Es muy fácil lo que tienen que decir: “Ningún golpe de Estado se puede aceptar”. Ellos prefieren olvidar el pasado y orientarse al futuro: “Nunca más golpes de Estado”.

Esta incapacidad para juzgar el golpe de Estado de Alberto Fujimori de 1992 no se reduce al pasado. Es posible por una venda en los ojos, que tiene consecuencias de todo tipo en la actualidad.

El golpe de Fujimori se pretendió justificar por el dominio del Congreso frente al gobierno. Fuerza Popular, el fujimorismo de hoy, tiene ese mismo dominio.

De hecho, la Constitución de 1993 incorpora la disolución del Congreso como institución a raíz de esa experiencia. La mayoría fujimorista del Congreso Constituyente Democrático quizá quería proteger a su gobernante de una eventual repetición de 1990-1992.

Los constituyentes fujimoristas no se pusieron en la posición contraria. No pensaron que ellos mismos podrían ser la fuerza que dominara el Congreso pero no el Ejecutivo.

A pesar de la serena gestión de Luz Salgado, el primer año la mayoría fujimorista obstaculizó la gestión de gobierno. Contaminó la atmósfera política con interpelaciones y censuras, y con acritud y destemplanzas.

La democracia es balance de poderes, no desbalance de poderes. Lo que estuvo haciendo el fujimorismo el primer año fue eso. Se aprovechó, por supuesto, de un Ejecutivo débil y desorientado.

Hoy la tensión bajó. Los que hacían ‘bullying’ ahora rezan a la santa democracia.

El cambio de Gabinete ha oxigenado el ambiente. No han cambiado, sin embargo, sus condiciones básicas. No es que el gobierno de pronto haya encontrado la ruta de la recuperación.

El calmante que ha apaciguado al fujimorismo está escondido, probablemente, en uno de los cambios ministeriales. O quizá venga de una promesa de indultar a Alberto Fujimori.

La mayoría congresal pasó de exigir sacar a todo el Gabinete a aplaudir el remplazo de cinco de ¡19 ministros! Obviamente, ha habido un cambio mayor, como en los conciertos, en el ‘backstage’ (en la trastienda).

Para el país, sin embargo, nada ha cambiado. El gobierno no tiene nuevos planes, el fujimorismo no tiene una nueva fe política, y la situación económica y social continúa deteriorándose.

La declaración del presidente del Congreso sobre la democracia debe tomarse en cuenta. Él cree que el Parlamento debe representar un “contrapeso político”.

El “contrapeso” es una figura del equilibrio de poderes, no del desequilibrio de poderes. Pasada la luna de miel con el nuevo Gabinete, ¿regresaremos a la virulencia y la obcecación?

La virulencia del lenguaje crea daño en el ámbito político y en el ámbito económico. Nos acerca, más que nos aleja, de las situaciones de interrupción institucional de las que habla Galarreta.

El fujimorismo debe saldar cuentas con su pasado. Solo así podremos creer que adquirió una vocación democrática. Solo así sabremos si vamos hacia el equilibrio de poderes o hacia el “contrapeso” entre pesos desiguales.