En vísperas de iniciar su último año de gobierno, Ollanta Humala está incurriendo en todos los desatinos posibles para pasar a la historia como uno de los peores mandatarios de nuestra República.
Lo más penoso del caso es que ni siquiera se da cuenta de lo que hace y, menos, de las insensateces que dice. Por ejemplo, sus declaraciones a los medios españoles respecto a la prensa nacional constituyen un disparate mayúsculo, son una arremetida del buscapleitos incapaz de afrontar los problemas en casa, y terminan siendo una suerte de traición a la peruanidad, porque es indigno que un jefe de Estado (sobre todo de origen militar) desprestigie a su país en el exterior. Si acaso buscaba la comprensión de terceros, su actitud solo ha servido para que el periodismo madrileño se mofe de un comandante metido a presidente sin tener capacidad mínima para ejercer el cargo.
En el plano de política exterior, su desatino ha sido también enorme. Hace poco sus declaraciones sobre los problemas bilaterales entre Chile y Bolivia estuvieron a punto de volver a tensar innecesariamente las relaciones con Santiago; y, sin aprender la lección, en la capital hispana retomó sus afectos chavistas al exaltar a Hugo Chávez y a la Venezuela del tirano Nicolás Maduro, con lo cual recibió la crítica de sus antiguos garantes Álvaro Vargas Llosa y Alejandro Toledo. A eso se ha sumado el distanciamiento con su jefe del Consejo de Ministros, Pedro Cateriano, y hasta con el vocero del oficialismo, Teófilo Gutiérrez.
El comportamiento tragicómico de Humala, rotundamente descalificado por una ciudadanía que lo desaprueba con 09, obedece a la más necia de las causas: la defensa de Nadine Heredia, quien es responsable de gran parte de los desatinos de este régimen al haberse convertido en el gran poder paralelo e inconstitucional que maneja a un Ejecutivo cada vez más errático, irresponsable, carente de operadores políticos y hasta incapaz de ejecutar las facultades extraordinarias que se le han concedido en materia económica y de seguridad. Si a eso se le suman las múltiples denuncias sobre corrupción que tocan directamente al corazón del gobierno; así como la confrontación necia con el aprismo y el fujimorismo, el tramo hasta julio del 2016 será muy duro.
Preparémonos: aunque en este segundo semestre haya un discreto rebote económico, probablemente el PBI no llegará ni al 3% de crecimiento, mientras en paralelo se incrementarán las tensiones sociales, laborales y de inseguridad ciudadana, lo que motivaría la retracción de cualquier inversionista nacional o extranjero. Políticamente después del desastroso manejo del Congreso de la República en manos de Ana María Solórzano, solo queda la esperanza de que la oposición tenga un comportamiento digno y responsable.
Frente a eso –y en medio de la nueva campaña electoral–, Humala estará cada vez más arrinconado, solitario, errático y con poses de comandante en el cuartel, creyendo que mientras más grite, más respeto se le tendrá. Por lo mismo, desde la prensa no debe esperar tregua, porque a la larga lista de críticas sobre la gestión hoy los medios y periodistas independientes tienen la obligación de redoblar sus críticas y su celo en defensa de la libertad de prensa y expresión.