Hace unas semanas señalaba por aquí que las víctimas de secuestro psicológico eran principalmente mujeres. Tras recibir varios mensajes de lectores que habían experimentado o atestiguado situaciones de abuso similares, y de personas que agradecían que un tema tan poco hablado se estuviera poniendo en el tapete, me sorprendí –aunque no realmente– de unos cuantos mensajes de hombres que señalaban que “los hombres también pueden ser víctimas secuestro psicológico” y que “no es algo que les pasa solo a las mujeres”.
Y es cierto, nadie lo niega, cualquiera puede ser víctima de este tipo de manipulación. Pero hay algo en la forma en cómo se construye al género femenino –especialmente en una sociedad patriarcal como la nuestra, cargada de prejuicios y herencias históricas sexistas– que prácticamente prepara a las mujeres para ser víctimas de este tipo de violencia psicológica.
Para ilustrarlo mejor, recordemos lo que dijo a finales del año pasado el expremier Aníbal Torres contra la periodista Sol Carreño luego de que ella evidenciara en un reportaje la ineficiencia del gobierno del que Torres formaba parte: “esa mujer que hace eso es mala madre, no puede ser buena madre; es mala esposa, no puede ser buena esposa; es mala hija, no puede ser buena hija”.
¿Qué había hecho la periodista para merecer semejante ataque? Pues había expuesto la ausencia del Estado en una zona de Huancavelica en donde, a pesar de las promesas del gobierno, la carretera estaba inconclusa. Pero, claro, además había nacido mujer, pues de haber sido un periodista quien condujera el programa, difícilmente se lo habría tildado de “mal padre, mal esposo, mal hijo” para pretender restarle autoridad.
Es curioso cómo la alusión de Aníbal Torres está muy relacionada a un dictamen de la Corte Suprema de 1891 en el que precisamente se limitaba el acceso a la educación de una mujer. Trinidad María Enríquez –una cusqueña icónica en la lucha por los derechos de las mujeres en el Perú– había solicitado al Poder Judicial que se le permitiese estudiar la carrera de Jurisprudencia (hoy Derecho) en la Universidad San Antonio Abad del Cusco. Tras 20 años de litigios y trámites administrativos, Trinidad María Enríquez falleció sin poder obtener el título de abogada.
Solo después de su muerte se publicó el dictamen que explicaba por qué no habría sido aprobada su petición. La razón esgrimida por el propio sistema de justicia se basaba en que debía hacer cosas que supuestamente tuvieran que ver con el sexo femenino.
El dictamen decía así: “La mujer debe ser, ante todo, buena hija, buena esposa, buena madre de familia […], la ingeniatura y otras profesiones que demandan fuerza física, vigor intelectual y cierta rudeza de voluntad son absolutamente incompatibles con el carácter del bello sexo y con el fin al que está destinada en la sociedad. La abogacía se encuentra en este caso, pues aun cuando no requiera esfuerzo físico, exige en cambio un gran desarrollo de la inteligencia, un notable poder de abstracción para perseguir todas las relaciones jurídicas y una inquebrantable firmeza de carácter”.
Una inteligencia desarrollada, gran capacidad de abstracción y firmeza de carácter son, por lo tanto, características que la sociedad ha tratado históricamente de disociar del sexo femenino. Por el contrario, a los hombres se los educa para expresar su opinión con confianza y autoridad, incluso si no están tan seguros de que lo que dicen sea cierto. Es mucho más probable que una mujer educada en un entorno sexista dude de su punto de vista y de sus creencias a que un hombre lo haga.
Y son justamente este tipo de normas sexistas latentes en nuestra sociedad las que vuelven a las mujeres más vulnerables que sus contrapartes masculinas a ser víctimas de algunos tipos de violencia psicológica como el ‘gaslighting’ o el secuestro psicológico. Pues este tipo de manipulación se basa en disminuir la confianza de la víctima en sus propios juicios, percepciones y en su capacidad para interpretar y darle sentido a la realidad.
La filósofa estadounidense Kate Abramson ha dedicado varios años de su carrera a estudiar este fenómeno. Abramson señala que “algunas de las formas de manipulación emocional empleadas en el ‘gaslighting’ frecuentemente se apoyan en la internalización –por parte de la víctima– de normas sexistas”. En otras palabras, la máquina está, solo hay que accionarla.
Si bien se ha avanzado en términos de igualdad de género, aún hay muchos hombres que, como el exministro Torres, no escatiman en utilizar prejuicios para debilitar el poder de una mujer en el espacio público o privado. Muestra de ello son las reveladoras cifras de los Centro de Emergencia Mujer (CEM), que solo en enero de este año han atendido 5.011 casos de violencia psicológica; de los que el 82,9% tenía como víctima a una mujer. Las proporciones se repiten si tomamos las cifras del 2022: de los 66.623 casos atendidos por violencia psicológica ese año, el 83,3% fueron contra mujeres.
Es necesario tomarnos en serio el problema que representa la desigualdad de género y entender que debe ser revertido desde casa, la escuela y los espacios de poder. Mientras no tengamos una verdadera política de educación para la igualdad y se atienda de raíz la violencia heredada seguiremos viendo cifras espeluznantes cada 8 de marzo.