"Todo indica que nuestro futuro será mejor que nuestro ya promisorio presente y mucho mejor que nuestro pasado". (Ilustración: Giovanni Tazza)
"Todo indica que nuestro futuro será mejor que nuestro ya promisorio presente y mucho mejor que nuestro pasado". (Ilustración: Giovanni Tazza)
Richard Webb

Sabemos que estamos viajando pero no nos queda claro quién tiene las manos en el timón. ¿Somos meras hojitas, caídas a la acequia y llevadas por las aguas? ¿O contamos con designio y con timón, para dirigir el avance y no quedar pegados sobre una roca en la corriente? Felizmente tenemos historiadores, entrenados por su oficio para mirar al pasado y explicar el recorrido, especialmente en un momento en el que el próximo bicentenario de la República exige un balance. Hace 75 años, expresó su desazón en un breve ensayo, “La promesa de la vida peruana”, haciendo un recuento mayormente negativo del recorrido de la República hasta ese momento. Varias categorías de peruanos habrían sido los culpables: los podridos, los congelados y los incendiados. Hoy tenemos otros adjetivos, pero el mensaje que se escucha a diario es el mismo: no avanzamos en el viaje no por falta de manos o de timón sino por el mal uso de esas manos.

En mi opinión, un nuevo balance de “la promesa” de nuestra República exige una mirada más redonda a factores que podrían ser clasificados en la categoría del azar. Basadre hizo su propio relato del tema en el ensayo “El azar en la historia”, recontando casos famosos del papel que jugó el azar en otros países, como la decisión del Congreso Nacional de Francia que, en enero de 1875, aprobó por 353 votos contra 352 la transformación de la monarquía en república. Ese margen de un voto se produjo porque un diputado monarquista tuvo que usar los servicios y dejar el hemiciclo justo antes del voto. Sin embargo, Basadre otorga un papel secundario al azar. “La historia, dice, mirada en conjunto [...] es un proceso; y el azar puede [...] tan solo ayudar o retardar al designio”.

Mi inclinación por el rol del azar tiene raíces personales. Haciendo recuerdos propios quedo fascinado por las ocasiones en que un encuentro accidental, una pequeña generosidad de un conocido y otros accidentes cambiaron el curso de mi vida, dejándome con la sospecha de que mi caso no es particular. Sin embargo, es más común atribuir el curso de las vidas personales a hechos deliberados y factores lógicos, como las decisiones de estudio, de trabajo o de lugar de residencia. Esas experiencias propias han sido reforzadas por dos aventuras profesionales cuando ejercí el papel de historiador, una para redactar una historia oficial del Banco Mundial y otra para realizar una historia del microcrédito en el Perú.

El caso del Banco Mundial, cuyo nombre completo es Banco Internacional para la Reconstrucción y el Fomento (BIRF), es especialmente ilustrativo. El banco fue creado en la reunión de Bretton Woods en 1944, un evento convocado principalmente para la creación del Fondo Monetario Internacional. En los archivos descubrí un primer borrador para la institución, pero en su título no figuraba la palabra “fomento”. Así, descubrí que el proyecto del BIRF se concibió originalmente como un banco para la reconstrucción de una Europa destruida por la guerra mundial y no para el desarrollo de países del Tercer Mundo. Pero cuando a un asistente se le ocurrió preguntar qué pasaría con el banco después de completarse la reconstrucción, su jefe le contestó: “Pongamos reconstrucción y fomento”, y así el banco podría dedicarse después a otorgar préstamos para obras de desarrollo. Accidentalmente, entonces, se creó una institución que se volvió modelo y líder intelectual en el esfuerzo para desarrollar el Tercer Mundo, objetivo que no existió en las mentes de los negociadores en Bretton Woods.

El historiador Británico Edward Carr en su libro “¿Qué es la historia?” afirma que la función principal del historiador consiste en descubrir las causas que van más allá de lo fortuito. Además, creo, se trata de la necesidad humana del drama, de historia que nos sirve no solo como explicación sino como aliento, inspiración, exaltación, y también para refrescar odios y desilusiones. La banalidad humana y las fuerzas ciegas del azar o de circunstancias resultan aburridas para muchos.