Ancón, antaño balneario aristocrático, hoy distrito populoso con su alcalde y regidores nos recuerda el famoso tratado en que concluyó la Guerra con Chile. Este pueblo con historia y con tradición nos ha dejado muchos legados, desde culturas preincaicas hasta el otrora Festival de Ancón, que, aunque de corta duración, tuvo una gran calidad. Allí nació Ricardo Zapata Velásquez, conocido por los anconeros como ‘Pichín’.
En 1990, ‘Pichín’ me visitó a mi casa. Había llegado de la Polinesia y me regaló un cuadro suyo de un autóctono de este país en cuclillas. No era un retrato: el cuadro fue producto de su imaginación, basado en los diversos contactos que tuvo con los polinesios. Muchos años después, en el 2011, me obsequió un libro de Vallejo ilustrado por él.
A ‘Pichín’ lo conocí en 1960. Yo vivía en una casa que había alquilado mi abuelo Óscar Miró Quesada, el famoso Racso. Era antigua y estaba situada en la calle Dos de Mayo. A veces cuando visito el histórico balneario, la veo con nostalgia.
El ahora pintor y escultor se juntaba con todos nosotros cuando nos reuníamos un grupo de niños a montar bicicleta en el malecón.
Un buen día, dos equipos de fulbito, el de la base aérea de Ancón y Santa María, me invitaron a participar en un campeonato, lo que me obligó a formar un equipo lo más rápido posible. A la ‘prepo’ convoqué a mis primos Rafael (‘Chino’) y Juan José (‘Jota-Jota’), hijos del recordado ‘Cartucho’ Miró Quesada; a ‘Pepe’ Barreda y a Augusto Rey. Pero faltaba el arquero. Me encontré con ‘Pichín’ y le propuse el delicado y siempre difícil puesto. Aceptó gustosamente.
Fue un equipo de benjamines, sin la trayectoria de los ya famosos, pero, pese a esta desventaja, salimos campeones, en gran parte gracias a las extraordinarias tapadas de este amigo anconero. El éxito deportivo fue de tal magnitud que el equipo formado para la ocasión fue desmantelado porque nos convocaron para integrar otros más poderosos.
‘Pichín’, al igual que su padre, fue pescador y, a partir de 1978, deportista amateur y profesional. Jugó por el Unión Chancay, CNI de Iquitos, Mariscal Sucre, ADT de Tarma, Cementos Sur de Juliaca y el Club Deportivo Pachacútec del Cusco. Su vida deportiva lo convirtió en un viajero empedernido que recorrió todo el Perú.
En 1979, las musas le tocaron el corazón y decidió dedicarse al arte. Ingresó a la Escuela de Bellas Artes a estudiar escultura y dibujo, pero, como trotamundos que es, cortó sus estudios y partió a Ecuador y luego a Nueva Zelanda. Vivió diez años en este país vecino de Australia, donde se dedicó al dibujo. Luego, retornó a Bellas Artes y se especializó en pintura. Se convirtió, así, en un retratista urbano itinerante en Huancayo, Iquitos, Trujillo, Arequipa, Cusco, Cajabamba, Lima y, por supuesto, Ancón.
Sus obras comenzaron a conocerse y empezaron a hacerle pedidos, como la escultura de Víctor Raúl Haya de la Torre en Huacho, la de César Vallejo en Ancón y la de José Domingo Choquehuanca, que está en las Brisas del Titicaca. Su fama aumentó y empezó a exponer en diversas galerías, tanto en el país como en el extranjero. Actualmente, sus trabajos están en la colección privada Felipe de Osma y de Inés García Calderón Calisto.
Muchos artistas peruanos que conozco, algunos consagrados, tienen un origen humilde y se han hecho a punta de esfuerzo, trabajo y estudios. Son los hijos del pueblo, los creadores que tenemos desparramados por el Perú. La mayoría viaja al extranjero, donde triunfan, porque aquí tienen pocas oportunidades. Pero también regresan por el éxito obtenido en el país que los acogió.
Sin embargo, el éxito de Ricardo Zapata Velásquez, mi amigo pescador, o ‘Manos de Fuego’, como se hace llamar en su blog, es un caso raro. Incomprendido como sus colegas, decidió hacer un viaje largo y se marchó a Oceanía, al remoto continente que descubrió el capitán James Cook. Procedió con otra lógica y no escogió Europa ni Estados Unidos. Siguió su especial instinto y fue allá donde triunfó. ‘Pichín’ es de esos peruanos emergentes. No decidió hacer un negocio, sino que escogió el arte, la máxima manifestación de la creación humana. Y de sus manos sigue brotando fuego para hacer más esculturas, más pinturas y más dibujos.
‘Manos de Fuego’ se ha convertido en un personaje ilustre y es uno de los hijos predilectos de nuestro recordado Ancón.