La acusación constitucional contra Alan García, aprobada el jueves pasado por el nacionalismo, el toledismo y Acción Popular, promete ser el segundo capítulo de una telenovela política de baja estofa y poco nivel.
La votación no fue más contundente porque algunos – no tan pocos – parlamentarios del oficialismo no estuvieron en la sesión. Las razones son ignotas. Presumimos que poco tienen que ver con una simpatía frente al partido de la estrella. Acción Popular tuvo una abstención y lo mismo ocurrió con el PPC y con el fujimorismo.
Los peruanos hemos aprendido a preguntarnos adónde apuntan estos sainetes bulliciosos que acaparan, como es natural, la atención de la prensa, polarizan al país y nos hacen vivir entre frases estridentes y punzantes. La intención aparente es sacar del 2016 a un muy probable candidato presidencial en una elección en la cual el partido de gobierno no tendrá arte ni parte. Aunque esta cruda realidad no sea su deseo. Podemos pensar que la cruzada por retirar a Alan García del juego político estaba engarzada con la fallida ‘reelección conyugal’. Fue obvio que a ello apuntaron todas las acciones de este gobierno tan sui géneris. Se supone que el plan de la pareja presidencial se desplomó; sin embargo, los muy pero muy desconfiados aún piensan que está dormido, mas no sepultado.
Entonces los ciudadanos nos preguntamos de manera legítima adónde dispara esta pachanga que ha enfrentado y enfrentará al Poder Judicial con el Congreso, gran ‘catchascán’. No lo sabemos. Sí vemos que tendremos un sexto ministro del Interior en menos de tres años. ¡‘Plof’ y ‘replof’! En promedio uno cada siete meses. Algo inédito. En las gestiones gubernamentales de Alan García y de Toledo fueron siete, pero a Ollanta Humala le faltan dos años aproximadamente para finalizar su mandato.
Al haber otros cambios ministeriales veremos cómo se maneja la acusación constitucional contra Alan García, la misma que, según el deseo de los promotores, no debía demorar. Pero un cambio en el Gabinete siempre es una minicrisis o gran crisis. Más aun cuando la inseguridad ciudadana es el gran problema del Perú y, si le sumamos la corrosiva actividad del narcotráfico, pasa a ser el gran drama nacional. Todos los días vemos ingente cantidad de balas que perforan a seres humanos, sea por la extorsión, el chantaje, el robo, las pandillas; en fin, la violencia líquida, irracional e inmanejable. También asaltos, robos al paso; o sea, inseguridad que nos vuelve desconfiados, agresivos y descreídos frente a la autoridad y a un liderazgo inexistente.
Donde se vive esta situación afecta a la economía y genera una crisis de desconfianza en los inversionistas, aunque el régimen quiera obviarlo. Luego de tanto ministro y de tanto incremento del crimen habría que preguntarse por qué no hay mejoras. Dinero se tiene. Se compraron patrulleros y vendrán más. Al personal de la policía se le subió el sueldo y, en este asunto, siempre algo es algo. Pero nada pasa o mejor dicho, pasa de todo: muertes, violaciones y atracos.