Todos tenemos héroes y villanos. ¿Pero hasta qué punto sirven los relatos de héroes y villanos públicos en momentos de decadencia política? La última batalla en el Ministerio Público no es más que un capítulo dentro de la saga de la decadencia política peruana, donde la opinión pública, nuevamente, intenta rescatar el relato de los héroes y villanos públicos.
Es uno de los relatos que más ha dominado el ciclo de deterioro que se inició tras el débil y frívolo gobierno de PPK y la oposición intransigentemente dañina de Keiko Fujimori. La opinión pública en el Perú se ha entregado durante estos años –en repetidas ocasiones– a los brazos de leyendas arquetípicas de héroes públicos, con la misma y desenfrenada pasión con la que se ha volcado sobre la condena contra villanos públicos. Ese relato alcanzó quizá su cima más alta cuando se elevó a la categoría de ser demiúrgico a Martín Vizcarra tras disolver a uno de los Congresos más nefastos de la historia, e intentó también asomarse en el caótico intento de golpe de Estado de Pedro Castillo. El relato del héroe y el villano público le ha hecho muchísimo daño a la política peruana.
Los héroes grecolatinos eran semidioses que desafiaban el destino, sublevándose incluso contra su misma estirpe. Así conocimos las historias de Perseo, Edipo, Ulises y Hércules. El héroe escapa del curso de la historia, cambiando el destino inevitable. En la configuración del nuevo orden geopolítico, los héroes se vistieron de civiles y no estuvieron exentos de sombras agigantadas que rodearon sus idílicos recuerdos como sucedió con Alexander Hamilton, Winston Churchill o Mahatma Gandhi.
Toda nación necesitó hasta cierto punto héroes para amalgamar su alma colectiva. Sin embargo, en períodos de decadencia política, donde es más probable que estemos rodeados de villanos con piel de héroes, es más conveniente que la heroicidad pase desapercibida, que sea ordinaria, que los héroes sean los millones de ciudadanos que día a día trabajan, sin esperar la intervención de una fuerza histórica sobrehumana. Conviene apilar muchas historias en las que el personaje sea un héroe discreto, como en la novela de Vargas Llosa. Incluso, hasta sea mejor, que se dude constantemente de la heroicidad. Los personajes en momentos de decadencia son más grises y tienen complejidades que escapan al maniqueísmo del héroe o villano. Esa sana desconfianza debería acompañar también a intelectuales y periodistas. ¿Qué se ganó cuando se encumbró como héroe mesiánico a un presidente que malversó el poder para ponerse cuantas vacunas existían mientras miles de médicos morían? Nada. ¿Alguien recuerda a su ministra de Salud que tantas veces fue elevada como símbolo del servicio público para luego terminar defenestrada en la ignominia?
Por eso toda esta estéril confrontación donde una parte de la opinión pública intenta elevar a los altares a Patricia Benavides por su papel en la acusación contra Pedro Castillo es ridículamente inservible. Necesitando construir un antagonista para aquella heroína, imaginan una batalla épica contra los ‘caviares’ enquistados, en un ejercicio tan perezoso mentalmente como falaz. Si una fiscal acusa a un presunto delincuente, no está haciendo nada heroico más que su trabajo. Quizá en el Perú nos parezca revolucionario que un fiscal acuse a un delincuente. Pero no es de ninguna manera una heroína y su antagonista no es la villana casta ‘caviar’.
En el Perú de la decadencia política, vivimos rodeados –ya debería haber quedado claro– de personajes poliédricos, amorales e inmorales. Por eso también soy escéptico de los fiscales y abogados que se encandilan con las cámaras con poses de Harvey Dent persiguiendo al Joker. Fiscales y abogados que llevan años en la palestra pública como héroes intocables y hasta ahora no han logrado ni una sola condena en los muchísimos casos que están bajo su vigilancia. Prefiero fiscales a los que no reconozca ni el más informado reportero de policiales, pero que logren condenas efectivas para los criminales. Me generan todo –salvo empatía– los que buscan el aplauso fácil de la grada, olvidando que Dent terminó convirtiéndose en Dos Caras. Y temo que ese escepticismo ya se ha contagiado entre la ciudadanía, en la que seamos una invisible minoría, cansada de tanta estéril guerrilla política. Una ciudadanía inerme frente al asalto del crimen organizado y al desfalco del interés público, cada vez más forzada a negociar con villanos al punto que ya no crea en los héroes. Como recita la canción de Bowie: “We’re nothing, and nothing will help us”.