(Ilustración: Giovanni Tazza).
(Ilustración: Giovanni Tazza).
Fernando Berckemeyer

Hay puestos a los que a uno lo nombran y hay puestos de los que uno tiene que hacerse con sus propios actos, por muy nombrado que esté. Desde que en el 2016 el peruano quedó en manos de una mayoría fujimorista convencida –aunque arbitrariamente– de que le habían robado la elección presidencial, el puesto de presidente del Perú es uno de esos para los que no basta ser elegido.

Pedro Pablo Kuczynski no solo no pudo adueñarse del sillón del presidente con sus actos, sino que más bien terminó colaborando con estos a que lo empujaran fuera de él. Y por varios meses pareció que flotaría timoratamente hasta el final, con la sola meta de no seguir el destino de su antecesor. Hasta que mostró instinto y determinación cuando reconoció una oportunidad en el estallido del escándalo del Caso Lava Juez y se sacó de la manga la carta del referéndum.

Pues bien, en los últimos días, luego de que se hizo claro que el Congreso estaba procastinando, Vizcarra profundizó en su audacia y lo amenazó con la cuestión de confianza, logrando un veloz compromiso parlamentario de aprobar los proyectos antes del 4 de octubre. Con ello, se hizo más presidente.

Nuevamente, había mostrado buen cálculo: cosas como la amenaza de repetir el plato de la vacancia en base al tema de Chinchero o imágenes como la de la congresista Letona dando a su bancada la directiva de la “abs-ten-ción” sobre el más importante de los proyectos del Ejecutivo (el de reforma del CNM) solo podían agravar la situación en que y el Congreso ya se encontraban frente a la opinión pública, ambos con más de un 80% de desaprobación laboriosa y agresivamente ganado.

El proyecto sobre el que el fujimorismo se abstenía el viernes, calificándolo de “mamarracho” y “disparate”, ya estaba aprobado el lunes. Y el presidente del Congreso pasó de decir que el tema de la reforma política sería tratado en el “mucho tiempo” que hay todavía “hasta el 2021”, a convocar una sesión del pleno para “atender el tema de la reforma política, la cual atenderemos de manera inmediata, como ha sido nuestro compromiso”, precisando que “por supuesto que para antes del 4 de octubre es factible poder tener estas leyes aprobadas”.

El presidente se ha anotado, pues, un gran éxito, y quienes lo hemos criticado antes, solo podemos ahora reconocerlo.

Dicho eso, Vizcarra tiene por delante la difícil tarea de afianzar lo conseguido, primero, y de darle un sentido, después. Al fin y al cabo, necesario como es el juego de la política para empoderarse, se vuelve hueco, en el mejor de los casos, cuando el poder no es usado luego para hacer cambios que mejoren la vida de la gente.

Lo positivo para el presidente es que los cumplimientos de ambas metas –mantener su empoderamiento y lograr cambios reales– van juntos. Frente a un Congreso con cuya buena fe podrá contar ahora menos que nunca (y al que aún tiene que hacer cumplir lo ofrecido), lo único fuerte que Vizcarra posee es el respaldo mayoritario de la opinión pública. No es poca cosa, pero sí es frágil y mutable. Para mantener ese piso firme, el presidente tiene que comenzar a producir resultados más antes que después. Ciertamente, antes de los que las largas reformas de los sistemas político y de justicia le podrían dar. Porque está claro que estas reformas, que serían históricas si llegan a completarse, solo han tenido un inicio en los cuatro proyectos planteados por Vizcarra (y un inicio no tan bueno en el caso de la reforma política).

La economía, que hace tiempo dejó ya de reducir la pobreza, y que sigue siendo solo “medianamente libre” según el Índice de Libertad Económica de la Heritage Foundation, parecería el campo ideal para que el presidente haga cambios. Otro sería el de los servicios públicos esenciales que, como en el tema de la salud, continúan siendo indignantemente precarios.

En cualquier caso, escoja el campo que escoja para dar continuidad y sentido al poder que está conquistando, la buena noticia para el Perú es que con sus victorias políticas Vizcarra se está colocando en mejor situación para poder hacer cambios que la que ningún presidente ha tenido en muchos años.

En suma, habemus político. ¿Habremos políticas?