Fernando Rospigliosi

La vacancia del presidente Martín Vizcarra no era conveniente y tampoco posible. Sin embargo, un grupo de políticos lo intentó y con ello le permitió al mandatario distraer a la opinión pública del asunto central: los presuntos delitos que cometió y los actos de corrupción que podría haber realizado y que se mencionan en algunos de los audios.

En lugar de proseguir las investigaciones e ir desenrollando los hilos de la madeja propusieron, apenas se escucharon las grabaciones incriminatorias, sin siquiera dar tiempo a que se difundieran adecuadamente y explicaran sus implicancias, algo tan grave como la vacancia presidencial.

En los últimos años, importantes políticos –y muchos de sus seguidores– se han dejado guiar por la pasión y han fracasado catastróficamente, perdiendo posiciones que habían ganado y regalando triunfos gratuitos a sus adversarios. Pero algunos siguen sin aprender de la experiencia.

La mayoría del anterior Congreso tenía desde el principio la intención de derribar a Pedro Pablo Kuczynski (PPK), con quien no tenían divergencias sustanciales, por supuestamente haberles robado la elección. Al final lo hicieron. Las consecuencias fueron que Vizcarra los traicionó también a ellos, y en aparente complicidad con la fiscalía y la coalición que lo respalda, los persiguió y encarceló, y finalmente disolvió el Parlamento privándolos de la fuente de su poder.

En el 2019, cuando Vizcarra, dándose cuenta de que había llegado al límite y que el Congreso golpeado pero vivo todavía le pasaría la factura, propuso el adelanto de elecciones. Era sin duda la opción menos mala para todos. Pero nuevamente la mayoría, con el respaldo de afiebrados partidarios, se negó a aceptarlo. Vizcarra, en mi opinión, disolvió ilegalmente el Congreso y perdieron todo.

A pesar de estos errores producto de la pasión y no de la razón, varios de los mismos que alentaron la vacancia de PPK ahora incitaron la de Vizcarra.

Esta vez no era posible, en primer lugar, porque no había una mayoría congresal decidida a realizarla. Segundo, porque la opinión pública no la consentía y, además, el presidente al que pretendían vacar tiene mucha más aprobación que el Congreso que pretendía defenestrarlo.

Tercero, porque a algunos de los que tienen poder de decisión no les convenía. En el 2000, cuando Alberto Fujimori escapó, intuyendo que el Congreso lo iba a vacar y después lo encarcelarían, los que negociaron su reemplazo propusieron a Valentín Paniagua no solo por sus calidades personales, sino porque era representante de un partido, Acción Popular (AP), que poseía una pequeñísima bancada (3) y no tenía ninguna opción en las elecciones del siguiente año. Hoy día el reemplazante sería Manuel Merino, del partido que ganó la alcaldía de Lima el 2018, tuvo la mayor votación nacional el 2020 y tiene opción el próximo año. Eso explicaría que, por ejemplo, César Acuña desconfíe de un posible gobierno de AP y ordene a su bancada votar contra la vacancia.

Por último, en medio de una crisis tan grave y a siete meses de las elecciones, no es sensato cambiar un gobierno malo por uno que podría ser peor.

Pero la pasión se impuso nuevamente en algunos y le obsequiaron una victoria, aunque pírrica, a Vizcarra.