El 16 de enero escribí que hasta ese momento no se había dado el usual despegue de candidaturas de noviembre-diciembre en nuestras elecciones. Esos cambios despertaban la campaña, con subidas y caídas que iban marcando las preferencias de los electores. Hoy, salvo por el ascenso de Yonhy Lescano, la foto no cambia, con apenas 10 puntos entre el primero y el grupo de “otros”. Entrar a marzo en estas condiciones confirma lo atípico que está resultando este proceso incluso para un país acostumbrado a los movimientos abruptos de preferencias. El Perú ya era impactante en sus subidas y bajadas del último mes. Esta vez creo que batiremos récords mundiales.
Más que resaltar lo que se ve en las últimas encuestas, que son apostillas en torno al margen de error, creo que vale la pena discutir sobre lo que se nos viene para marzo. ¿De qué forma se romperá esta situación? Más que certezas, les dejo dos posibilidades y sus implicancias.
Una, que ya no parece tan fantástica, es que esta lucha entre pequeños se mantenga hasta el final. Es posible que lleguemos a fines de marzo todavía con siete u ocho candidatos viables, separados por poca distancia y con ninguno claramente en segunda vuelta. En esas condiciones, las últimas semanas se daría una dura pelea de todos contra todos.
Si nadie se dispara, es difícil tanto para el votante desinteresado como para el estratégico (el que no quiere perder su voto en candidatos inviables) ver la elección con interés y urgencia. Así, podemos seguir con pequeñas subidas y bajadas un rato más. El debate electoral, por lo general absurdo por la participación de candidatos sin opción, esta vez sería mucho más relevante. Cualquiera que atraiga atención en los últimos días podría estar en segunda vuelta.
La segunda posibilidad es que en marzo los votantes comiencen a hacer, aunque tarde, lo de años electorales anteriores: concentrar estratégicamente su voto en tres o cuatro candidatos. Esto sería más probable si mañana, con la encuesta del IEP, o en las de las próximas dos semanas uno o dos candidatos suben lo suficiente como para dejar en claro que el techo para entrar en segunda vuelta es más alto. Este juego entre favoritos ha sido el patrón observado en marzo desde el 2001, aunque varió un poco en el 2016, cuando la exclusión de dos candidatos (Julio Guzmán y César Acuña) movió el tablero (ojalá este absurdo no se dé en esta ocasión). Además de que ese año Verónika Mendoza creció rápidamente desde el sur en las últimas dos semanas.
Me parece que esta opción es la más probable. En algún momento de marzo, las preferencias y los rechazos llevarán a sacar cabeza a dos o tres candidatos, tal vez incluso alguno que hoy está abajo. Puede que Lescano, con su eclecticismo, ya sea uno de ellos, pues viene creciendo de a pocos. O Mendoza, otra vez recogiendo el voto de izquierda. O alguien haciéndolo a la derecha, descartando inviables. Y si bien Keiko Fujimori muestra muchos límites para ser favorita, es cierto que ha logrado mantenerse y no parece que vaya a desaparecer.
En este escenario, mi mayor duda es si queda tiempo para que el electorado coordine para votar por una opción más centrista en términos económicos e ideológicos. Ese tipo de candidato que gana a todos en segunda vuelta, pero que no llega a disputarla por anodino o por verse como un caso perdido para quien no quiere perder su voto.
Como sea, lo que debe estar ya muy claro es que cualquiera que sea el camino que sigamos no tendremos muchas ideas, intercambios alturados o candidatos que emocionen. Es como el cierre lógico del proceso de debilitamiento partidario y desinterés político iniciado tras la transición democrática y, en realidad, desde los 90. El problema es que este cierre no anuncia algo mejor, sino que hace muy probable la continuidad de la misma debilidad y mediocridad política.
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