"Más que un futuro de puentes colgantes que –espero equivocarme– muy pocos están dispuestos a cruzar, lo que se viene es una oportunidad excepcional –el 2022 marca el bicentenario de la fundación de la República– para el análisis de nuestros nudos y encrucijadas republicanas". Foto: Renzo Salazar /@photo.gec)
"Más que un futuro de puentes colgantes que –espero equivocarme– muy pocos están dispuestos a cruzar, lo que se viene es una oportunidad excepcional –el 2022 marca el bicentenario de la fundación de la República– para el análisis de nuestros nudos y encrucijadas republicanas". Foto: Renzo Salazar /@photo.gec)
Carmen McEvoy

Las campañas con finales violentos forman parte de nuestra dramática historia electoral. No hay más que recordar aquella convulsionada jornada de 1872 cuando el presidente saliente –José Balta– fue ejecutado por orden de su secretario de Guerra, Tomás Gutiérrez, quien fue asesinado y colgado, junto a su hermano, en una de las torres de la Catedral de Lima. ¿Quiénes los ejecutaron? Una turba conformada por soldados impagos, pero también por peruanos empobrecidos y desmoralizados por el descalabro de la economía guanera y su modelo patrimonialista. De las cenizas de medio siglo de guerra civil, dispendio fiscal y corrupción nació un gobierno –paradojas de la vida– de un consignatario guanero –a quien se le acusó de “rojo, masón y anticlerical” por proponer reformas que librarían al Perú de la maldición del guano–. , secretario de Hacienda, alcalde de Lima y presidente de la Beneficencia, simbolizó la esperanza y, a pesar de que se mantuvo estoico en su cuatrienio, murió asesinado por un sargento que intentó evitar la reforma militar que el Senado, bajo el control del civilismo, discutía.

La mortal cepa delta del llegó a Arequipa y junto con ella un puñado de reformas constitucionales extemporáneas que complican la transición, liderada por un presidente, Francisco Sagasti, al que se le ha maltratado sin tener en consideración la dignidad de su cargo y, mucho menos, la vacunación masiva que lidera con patriotismo. Los rumores de golpe de Estado junto a maniobras anticonstitucionales al interior del JNE muestran el socavamiento de las instituciones justamente cuando un candidato popular va ganando –lo que no impide revisar actas impugnadas– la elección más disputada de nuestra historia. Elecciones bicentenarias donde el cambio y la esperanza reaparecen como consignas luego de que se visibilizó, por enésima vez, la obscena desigualdad de una sociedad cruzada por todas las traiciones imaginables, entre ellas las de nuestros gobernantes, más preocupados por sus intereses que por el bien común.

En el paradójico escenario electoral donde los contendores son: una señora que petardeó el sistema político que ahora jura defender y el representante de un partido marxista-leninista (del que busca distanciarse), cuyo fundador intenta evadir con maniobra y media la justicia, no existe espacio para esa reconciliación que muchos bien intencionados proponen. Estamos divididos en dos partes y esa será la cruda realidad de un quinquenio plagado de enormes desafíos. Entre ellos, lograr un entendimiento entre posiciones diametralmente opuestas que entran en colisión por el fantasma del fraude y el miedo sembrado irresponsablemente entre compatriotas.

Más que un futuro de puentes colgantes que –espero equivocarme– muy pocos están dispuestos a cruzar, lo que se viene es una oportunidad excepcional –el 2022 marca el bicentenario de la fundación de la República– para el análisis de nuestros nudos y encrucijadas republicanas. En medio de una brutal campaña, donde ambos candidatos se presentan como salvadores, aparecen dos extraordinarios ensayos que recomiendo. y “El páramo reformista”, un ensayo pesimista sobre la posibilidad de reformar al Perú de Eduardo Dargent. Ambos brindan perspectivas que, aunque difieren en forma y fondo, son a todas luces complementarias.

Los autores abordan una inercia histórica que no nos deja alcanzar el anhelado bienestar general. “La pandemia trajo un horror que no se había conocido en nuestra historia”, subraya Agüero, y ello es producto de un “capitalismo biológico” que eliminó cualquier viso de dignidad y bien común. En un escenario en el que el dedo acusador apunta al neoliberalismo y sus operadores, Agüero observa que las elecciones son “una fatalidad que parece colocar a todo un país ante un dilema sin solución”. Por otro lado, Dargent analiza un tema fundamental: la urgente reforma del Estado. Antes de creer en una transformación súbita y radical, convoca a la construcción de una demanda ciudadana por reformas realistas. Porque para ambos el objetivo es transformar la muerte en vida y esperanza para los millones que siguen sufriendo un dolor indescriptible, que habla mucho de nuestra falta de humanidad. Más allá de una reconciliación, lo concreto es curar heridas y dotar a millones de peruanos de las oportunidades para forjar la dignidad y felicidad que merecen.