“Un Legislativo con seis o siete partidos sería un impedimento para asentar una agenda de trabajo, más aún considerando el tiempo del encargo”. (Foto referencial).
“Un Legislativo con seis o siete partidos sería un impedimento para asentar una agenda de trabajo, más aún considerando el tiempo del encargo”. (Foto referencial).
Juan José Garrido

Bajo qué condiciones llegue el Perú a las elecciones generales del 2021 depende, en gran medida, de las .

Las elecciones de enero, como sabemos, definirán la composición del Congreso y, por lo tanto, servirán como parámetro de la relación Ejecutivo-Legislativo. Habida cuenta de la reciente disolución del Congreso, las razones y las formas detrás del acto, el registro político del Congreso complementario será una pieza clave para entender el ambiente bajo el que se producirán las siguientes elecciones.

En simple, el Congreso puede estructurarse de tres maneras: mayoritariamente favorable, mayoritariamente en contra o fraccionado –léase, sin una posición clara– frente al presidente.

De darse lo primero, es posible imaginar una confrontación permanente entre quienes apoyan –en mayoría– las decisiones del Ejecutivo y quienes harán una oposición férrea a las mismas. Este ambiente polarizado iría perfilando las candidaturas presidenciales conforme se acerquen las elecciones del 2021 y, con ello, la estructura que asumiría el siguiente Legislativo. Si bien es cierto que un gobierno de salida puede ser reformista (recordemos a Michel Temer en Brasil), las probabilidades de que esto ocurra son muy bajas, por distintas razones. Lo más probable es que el gobierno mantenga esta sensación de paraplejia ejecutiva con algunas pinceladas de microrregulación de corte populista.

La segunda composición es una espada de Damocles sobre el mandatario. Si los votos lo permiten, no sería descabellado imaginar un proceso de vacancia raudo y violento. De no contar con estos, la relación será tirante y agresiva, sirviendo a ambos poderes como plataforma de narrativas políticas, pero como un espacio muerto para los quehaceres de gobierno. Sería otro año perdido.

Finalmente, está la posibilidad de tener un Congreso fracturado. Un Legislativo con seis o siete partidos sería un impedimento para asentar una agenda de trabajo, más aún considerando el tiempo del encargo. No obstante, también serviría para impedir una asonada reformista contra la Constitución de 1993. El presidente tendría su chivo expiatorio, y la oposición su plataforma política de cara al 2021.

Cómo se configure el próximo Congreso servirá también para reestructurar (o no, a falta de votos) los pesos y contrapesos de las partes en la polarización política: elecciones de los miembros del TC, acusaciones contra funcionarios protegidos (por ejemplo, fiscales supremos), reformas políticas, entre otros.

Las encuestas revelan que la composición del próximo Congreso será probablemente la tercera. A la fecha, AP, FP, APP, PM, Apra y el PPC son los partidos que mejor se perfilan para integrarlo. Que sepamos, ninguno propone una reforma radical de la Constitución, pero tampoco tienen un listado de iniciativas bajo el brazo. Y aunque la cifra repartidora pueda brindarle a alguno una proporción mayor a la esperada, difícilmente veremos una mayoría aplastante que permita un giro a la izquierda radical o a la derecha ultraconservadora.

En resumen, lo más probable es que el próximo Congreso no será ni ese Edén que supuso el oficialismo, ni esa tragedia chavista que auguró la oposición. Lo probable es que al final, como dicen, sea más de lo mismo (para bien y para mal).

Contenido sugerido

Contenido GEC