"La historia ha mostrado que, en la práctica, el diálogo horizontal masa-partido no es sostenido. Casi siempre la línea programática establecida por los jerarcas partidarios reemplaza a la llamada 'línea de masas'”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
"La historia ha mostrado que, en la práctica, el diálogo horizontal masa-partido no es sostenido. Casi siempre la línea programática establecida por los jerarcas partidarios reemplaza a la llamada 'línea de masas'”. (Ilustración: Giovanni Tazza)
Javier Díaz-Albertini

La congresista dijo que no le daba el voto de confianza al Gabinete de porque la primera ministra representaba a las ONG y a los caviares, mientras que “nosotros representamos a la masa popular”. Así, la parlamentaria de manifestaba uno de los principales puntos de desacuerdo histórico entre las organizaciones de izquierda: qué partido en “realidad” representa a la masa.

Para la izquierda marxista, la masa representa el eje sobre el que se construye la legitimidad de la acción revolucionaria. Son los desposeídos y explotados por la sociedad capitalista que, al mismo tiempo, son vistos como la principal fuerza detrás de su eventual derrocamiento. Pero es una potencia que no siempre se reconoce a sí misma y, para ello, es necesario generar consciencia sobre su situación y fuerza revolucionaria. Como escribió Mao, “toda dirección correcta está basada necesariamente en el principio ‘de las masas, a las masas’. Esto significa recoger las ideas (dispersas y no sistemáticas) de las masas y sintetizarlas (transformarlas, mediante el estudio, en ideas sistematizadas)”. El partido revolucionario es responsable de impulsar el ciclo continuo de recoger y sintetizar, educar y difundir.

No obstante, la historia ha mostrado que, en la práctica, el diálogo horizontal masa-partido no es sostenido. Casi siempre la línea programática establecida por los jerarcas partidarios reemplaza a la llamada “línea de masas”. Esto se hace más evidente cuando la organización política es extremista (Sendero Luminoso) u ortodoxa y poco original (Perú Libre).

A diferencia de las izquierdas, el pensamiento liberal-conservador contempla a las masas en forma despectiva, como sinónimo de la pérdida de la libertad individual. Al final del siglo XIX, sociólogos como Gustave Le Bon consideraban que cualquier multitud se convertía inexorablemente en una turba impensante. Opinaban que el tumulto resta individualidad a las personas participantes y, en su lugar, reina una anonimidad masiva, una suerte de contagio, una mentalidad de rebaño que es fácilmente capturada y dirigida por líderes autoritarios. Inclusive, pensaban que este comportamiento se replicaba en los sistemas parlamentarios. Por ende, abocaban gobiernos de élites ilustradas.

El verdadero desprecio (y temor) a las masas, sin embargo, nace del hecho de que históricamente su fuerza es la que ha llevado a los principales cambios democratizadores. Es prácticamente imposible nombrar una extensión de derechos –sean civiles, políticos o sociales– sin hacer referencia a las movilizaciones que la precedieron e impulsaron.

En pleno siglo XXI, ¿aún podemos hablar de “masas”?

En la era moderna, lo social y lo político lograron confundirse en propósitos comunes e impulsaron cambios transcendentales. La política era –para muchos– una forma de vivir y de ser, lo que se hacía evidente en las identidades sociales y los sentidos de pertenencia. Por ejemplo, ser obrero no era solo trabajar en una fábrica, sino una identidad que ubicaba a la persona en lo social, cultural, político, electoral y hasta espacialmente.

La relación social-política, sin embargo, se ha perdido en la posmodernidad. Lo político formal está distanciado de lo social. Como resultado, en la actualidad, las masas son más espontáneas y reactivas. Se resisten a ser encasilladas en organizaciones complejas y burocráticas. Son “colectivos” paradójicamente compuestos por independientes. Los ciudadanos sienten una mezcla de rechazo, cinismo y desconfianza hacia las organizaciones políticas. Para movilizarse, además, ya no necesitan de instancias centralizadas, sino que cuentan con el poder de información y convocatoria de las redes sociales.

Pecando de simplista, considero que, en la actual política occidental, las masas se dividen en dos grandes categorías, ambas desconfiadas hacia la política formal. Por un lado, las “populistas”, que se transforman en las “bases” de líderes extremistas (Trump, Maduro, Bolsonaro) en una relación simbiótica caracterizada por la exacerbación del miedo y la violencia. Por el otro, las “reflexivas”, que se movilizan alrededor de la esperanza de un mundo mejor, liderados por ciudadanos-activistas que privilegian cambios personales como la base para las transformaciones estructurales (una estrategia “desde abajo”).

La negativa de la congresista Portalatino y de Perú Libre para sumar con otras fuerzas de cambio es una muestra clara de que han optado por la vertiente populista.