Un meteorito cae del espacio. Un campesino curioso va a inspeccionar la zona del impacto. Al tocar con un palo el meteorito en el cráter, este se abre y sale una sustancia verde y gelatinosa del tamaño de una pelota de fútbol.
El hombre descubre que la sustancia está viva y al entrar en contacto con ella se le pega y no la puede desprender. Se da cuenta entonces de que la sustancia lo comienza a devorar; entra en pánico. Poco a poco el extraño ser extraterrestre lo va fagocitando hasta que se lo engulle por completo.
La amenaza verde se mueve de manera lenta pero constante y va devorando todo a su paso. Con cada víctima va ganando y ganando más tamaño y fuerza. Cada vez es más difícil de detener.
“The Blob” (traducida como “La masa voraz”) es una película de 1958, dirigida por Irvin Yeaworth y protagonizada por Steve McQueen en su debut en el cine. “The Blob” se convierte en una metáfora inmejorable de cómo funciona el Estado, la burocracia y la regulación. Cada pequeño acto en el que engulle una parte de nuestra libertad le da la fuerza para cometer el siguiente. Este monstruo traga sin siquiera masticar y va creciendo hasta que es muy difícil de derrotar.
El recientemente anunciado paquete de medidas para reactivar la economía enfrenta una masa verde similar que, como resultado de la agregación de numerosos actos de engullimiento, se ha tornado en un ser imposible de controlar. Es insaciable porque cuanto más come, más quiere comer.
Es fácil dar, poco a poco, una serie de normas para aumentar los poderes de la administración tributaria o de los reguladores. Es sencillo incentivar el apetito de “la cosa” dándole a las entidades públicas la posibilidad de financiarse con las multas. Reducir la flexibilidad laboral, aumentar regulaciones y requisitos para licencias y autorizaciones se hace sin mucho esfuerzo. Crear laberintos regulatorios kafkianos que hacen imposible cumplir requisitos ambientales o de protección del patrimonio cultural se logra firmando decretos aparentemente tan buenos como inofensivos. Finalmente, es fácil expropiar nuestra libertad de “a puchitos”.
Aumentar el intervencionismo es fácil. Lo difícil es reducirlo. Ahora cada parte de la masa verde reclamará su autonomía y defenderá su espacio. Ponerla a “dieta” es pedirle a un león que se vuelva vegetariano.
Como alguna vez dije en esta columna, parafraseando la canción infantil, una regulación se balanceaba sobre la tela de una araña, como el Estado veía que resistía, fue a buscar una regulación más. Y así sigue y sigue hasta que la telaraña cae por los suelos.
La telaraña es la economía, tejida hacendosamente por la actividad privada. Pero la tentación de aprovecharse del trabajo ajeno es inevitable. El Estado se convierte así en un parásito y en un promotor de parasitismo. A diferencia del “perro del hortelano”, este sí come, pero no deja comer.
La telaraña tiene limitaciones. Y, como suele pasar, el Estado lo descubre muy tarde. Ahora pretende adelgazar y simplificar lo que engordó y enredó.
Soy escéptico de que esta medida del Ejecutivo tenga éxito. Cada parte del cuerpo de “la cosa” se va a resistir. Ya se está resistiendo. Tendría que soltar la libertad capturada. Pero el burócrata se aferrará a ella con las uñas. El gobierno se demoró tanto en reaccionar que el monstruo está ya fuera de control. Ahora la burocracia es una masa amorfa y hambrienta. Un burócrata, finalmente, es un individuo que maximiza poder. Y el poder se maximiza con facultades legales para exigir conductas y con mayor presupuesto.
Finalmente, como dijo el mexicano Castillo Peraza, “burocracia es el arte de convertir lo fácil en difícil por medio de lo inútil”. Es la ciencia de convertir la inutilidad en una meta y la utilidad en un defecto.