De un momento a otro, la salud se convirtió en matemática. A lo largo de mi vida, ante cualquier malestar era normal acudir directamente a un médico. Hoy, el trámite empieza con una batería de mediciones numéricas realizadas en laboratorios o con los instrumentos del mismo médico. Y si se decide que un paciente debe ser internado, su eventual regreso a casa será un proceso de continuas evaluaciones numéricas hasta lograr el ‘ok’ final de los aparatos medidores.
Esa transformación de la medicina me hace recordar la captura de la ciencia económica por los matemáticos, un proceso que ha coincidido con mi vida profesional. Mi decisión a favor de la carrera del economista se tomó cuando la profesión era concebida mayormente como una ciencia social, cuando la matemática y la estadística no figuraban como requisitos centrales de la profesión.
Después de haber optado por la carrera del economista, escogí una antigua universidad en Escocia ubicada a un paso del hogar de Adam Smith, institución que se identificaba con la filosofía del padre de la ciencia económica, o sea, una ciencia económica muy ligada a la historia, a la política y a la sociología, orientación que era normal en las universidades europeas en esos años.
El énfasis institucional se consagraba en el nombre de la facultad –”Faculty of Political Economy”– nombre que enfatizaba un enfoque institucional e histórico.
Hoy, el meollo matemático de la actual ciencia económica consiste en las “cuentas nacionales”, una estadística creada hace casi un siglo, principalmente por el economista ruso Simón Kuznets –en una obra que le mereció décadas después el Premio Nobel–. Por coincidencia, Kuznets y yo llegamos a la Universidad de Harvard el mismo año, él como profesor y yo como alumno. Nos conocimos en la acostumbrada reunión social para los recién llegados y en un momento se acercó para preguntar sobre mi plan de estudios. Cuando dije que me interesaban las teorías de desarrollo económico me amonestó delante del grupo, insistiendo en que antes de estudiar teorías debía dominar las herramientas estadísticas para evaluar una economía, recomendándome matricularme en su propia cátedra. Pero yo estaba enamorado de las ideas más teóricas y no hice caso al que años después ganaría el Nobel.
El resultado irónico de esa decisión fue que llegué a mi primer trabajo como economista graduado en el Banco Central de Reserva (BCR) y me encargaron realizar una reforma de las cuentas nacionales del Perú. Felizmente pude realizar la tarea con la ayuda de un asesor que había sido colega de Kuznets en la elaboración de las cuentas nacionales de los Estados Unidos.
Además, más que conceptos técnicos, lo que estaba en juego eran errores elementales de cálculo, incluyendo una grosera sobrestimación de la inflación cuyo resultado fue subestimar el verdadero crecimiento de la producción. Lo que estaba en juego en ese momento era una guerra política entre el BCR y el Instituto Nacional de Planificación recientemente creado por la Junta Militar que dirigió al gobierno entre 1962 y 1963, una de cuyas banderas era cuestionar la labor del BCR.
Han pasado seis décadas desde esa etapa, y la calidad del trabajo estadístico nacional ha mejorado sustancialmente. Sin embargo, la creciente importancia que han adquirido el seguimiento y la evaluación de la economía exigen una mejora paralela, tanto en las técnicas y seguridades acerca de la calidad de las estadísticas oficiales, como en la capacidad del público general para ser usuarios cautos y críticos.