Paola Villar S.

Hace poco menos de una semana, el nos dio una gran noticia: con el último dato de inflación al mes de agosto, el alcanzó un récord histórico en para quedarse con el período más largo de inflación de un solo dígito (27 años y siete meses), superando por un mes al anterior récord que ostentaba antes de que su inflación superara los dos dígitos en abril del 2022. Desde febrero de 1997 hasta el octavo mes de este año, la inflación anual de nuestro país ha sabido mantenerse por debajo del 10%, y ni siquiera durante la última etapa de alza de precios que enfrentamos después de la , cuando la inflación en el Perú tocó un nivel máximo de 8,81%, hemos llegado a superar este techo, en contraste con lo que ha ocurrido con algunos de nuestros pares regionales en el mismo lapso de tiempo.

Para muchos, la noticia que comparto puede tratarse de una simple estadística, un número esperado para un país que, entre lo poco que puede ostentar si nos referimos a los manejos en el aparato público, destaca por su estabilidad macroeconómica y fiscal desde hace más de una década. Pero el hito que ha resaltado el BCR representa algo mucho más grande que es digno de destacar.

Para empezar, con el registro de este récord, la política monetaria peruana que ha implementado con éxito el BCR se asegura su lugar entre las mejores a nivel global, estando bastante por encima de lo que han alcanzado otras naciones muy estables a nivel macro en la región, como nuestro vecino al sur, o . No es para nada algo que deba echarse de menos. Y, por otro lado, la noticia es aún más impactante si consideramos que hace menos de 40 años el Perú era el sinónimo preciso de la hiperinflación. En un escenario como el descrito, sostener este récord durante tanto tiempo es realmente fruto de una labor encomiable.

Y, como todo en la vida, hay que resaltar siempre que podamos que la destacada política monetaria peruana no se concretó de la noche a la mañana. Detrás del éxito de las políticas que ha sabido implementar el BCR se esconde la decisión vital, determinante, de convertir a nuestro banco central en un ente autónomo, que sigue su propia ley orgánica, y que no se hace y deshace al gusto del mandatario o gobierno de turno. Una decisión que no se habría institucionalizado de no consagrarse en la de 1993.

¿Podrían imaginarse que nuestro banco central se manejara tal y como se maneja un ministerio promedio en nuestro país? ¿Que sea una entidad donde la máxima autoridad llega con suerte a los tres meses de gestión? ¿Donde desfilen funcionarios a diestra y siniestra, que no cumplen con los mínimos estándares para ocupar sus puestos, o que sea una entidad asediada por denuncias e investigaciones? La independencia y autonomía del BCR es un lujo que no podemos dar por sentado. Y, gracias a ello, aunque más adelante puedan avizorarse cambios en el liderazgo de esta entidad (por más que queramos, la presencia de no será eterna), podemos esperar un BCR meritocrático y eficiente para rato.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Paola Villar S. es Productora editorial y periodista

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