Hay un optimismo que se respira en el aire. Un contagioso aroma de confianza que podría impulsar la inversión privada, pero que también es peligroso si recordamos lo que la realidad nos ha enseñado una y otra vez: que las crisis en el Perú se asoman cuando menos las esperamos.
El cambio de sentimiento es comprensible si vemos que coincide en el tiempo la reactivación de un proyecto minero como Tía María y la pronta culminación de una obra de infraestructura que podría marcar un antes y un después en el país como el megapuerto de Chancay.
Sin embargo, el diablo siempre está en los detalles. Como ha reconocido al diario “Gestión” el presidente ejecutivo de Southern Perú Copper Corporation, Óscar Gonzales Rocha, aún tienen que lograr el visto bueno estatal a las modificaciones al estudio de impacto ambiental de Tía María, pues han modificado uno de los aspectos más delicados y controversiales del proyecto: la fuente de abastecimiento de agua. No parece probable que enfrenten mucha resistencia por parte del Ejecutivo, pero el tiempo que suele tomar ese trámite abre la puerta a que la disminuida oposición al proyecto se reorganice y, hay que decirlo, que Tía María vea la luz del día no significa que la tramitología, la oposición de las comunidades ni la minería ilegal deje de afectar a otros proyectos mineros.
Respecto del megapuerto de Chancay, hemos sido testigos de la fiebre que ha cundido entre inversionistas ‘retail’ por las acciones de Inversiones Portuarias Chancay que se negocian en la Bolsa de Valores de Lima.
Muchos neófitos se han abalanzado para comprar estos papeles pese a que no son participaciones en la empresa que operará el puerto, sino en Volcan, su inversionista minoritario, y que la operadora de Chancay no está obligada a publicar sus estados financieros, así que están realizando una apuesta, literalmente, a ciegas.
Sobre Chancay tampoco hay que olvidar que un puerto por sí solo no va a dinamizar nuestro aparato exportador si no está acompañado de otras inversiones, tanto públicas como privadas.
Quien también está avivando las llamas del optimismo es el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) que, confiado en una recuperación de la recaudación tributaria en la segunda mitad del año, ha pedido al Congreso que apruebe un aumento en el presupuesto público del 2024 por S/3.000 millones, pese a que aún el déficit fiscal no cede y se mantiene muy por encima también del nuevo techo que ha fijado el MEF, en 2,8%.
¿Es positivo que nos dejemos contagiar por el optimismo? Sí, pero no dejemos que las buenas noticias nos hagan ignorar que convivimos con un Congreso destructivo, un Ejecutivo débil, y que corremos el riesgo de que lo que venga después de las elecciones del 2026 sea incluso peor.