¿Será el 2015 el mejor año en la historia humana? Probablemente. A pesar de las amenazas que vive el mundo –una Rusia cada vez más agresiva con sus vecinos, recesión en Europa, el radicalismo islamista, desaceleración económica en China– es solo ligeramente arriesgado predecir que lo será.
Esto se debe a que durante décadas, y en muchos casos hace más de un siglo, ha surgido un patrón innegable: el bienestar humano ha estado mejorando notablemente año tras año. Tal como observó recientemente Fraser Nelson, de la revista britanica “The Spectator”: “Estamos viviendo en un período de progreso asombroso en medicina, prosperidad, salud e incluso en lo que concierne a la conquista de la violencia”.
Por lo menos podemos decir sin temor a equivocarnos que los años recientes han sido los mejores en toda la historia. Solo basta ver algunos datos.
La pobreza extrema ha caído por más de la mitad desde 1990 y se ubica ahora en 15% de la población mundial. Los países calificados como los más pobres del mundo en desarrollo han agregado 18 años a su expectativa de vida desde 1960, y la mortalidad infantil en los mismos países ha caído por más de la mitad desde 1990. En su edición actual, la revista médica “The Lancet” documenta un pronunciado declive global de la fatalidad de un sinnúmero de enfermedades durante las últimas dos décadas.
Alrededor del mundo ha incrementado el acceso al agua potable, el alfabetismo, la educación de las mujeres, el consumo de alimentos, la electrificación, y el acceso a la tecnología y a los bienes de consumo. La mortalidad debido al clima extremo –inundaciones, sequías, huracanes, etc.– ha caído en un 90% desde la década de 1920 a pesar de que la población mundial se ha cuadruplicado. Steven Pinker de la Universidad de Harvard documenta cómo la violencia –homicidios, violaciones, las guerras entre estados, etc.– ha descendido en casi todo el mundo para llegar a un punto bajo histórico.
Podríamos citar cientos de indicadores globales más con la misma tendencia. Debe quedar claro que el Perú también ha experimentado este progreso humano: la expectativa de vida peruana ha aumentado de 48 años en 1960 a más de 73 años ahora; la malnutrición afectaba a un 33% de los peruanos en 1991 y a 11% en el 2011; el porcentaje de hogares con teléfono celular aumentó de 12% en el 2003 a 82% en el 2013; un tercio de hogares ahora tiene computadora personal comparado a 7% diez años antes; la mortalidad infantil ha caído en un 89% desde 1960; etc., etc.
Es así que una buena y creciente parte del mundo vive mejor que los reyes o los más ricos de hace cien o más años atrás. La aristocracia podría tener dinero y sirvientes pero muchos se morían temprano por enfermedades, como la viruela, que ya no nos afectan, y no gozaban de las comodidades de la vida moderna como el transporte aéreo, el aire acondicionado o las comunicaciones instantáneas.
No es casualidad que este progreso inédito coincide con un mundo cada vez más globalizado en el que predomina el intercambio voluntario y se premia la innovación. Es un mundo con más libertad económica, política y civil de lo que se había experimentado antes. Nada de esto sugiere que el progreso sea inevitable. La prosperidad también puede coincidir por un tiempo con la barbarie o con las violaciones a los derechos de la gente, tal como ocurrió en la Alemania de los nazis o en la Rusia contemporánea que ahora está entrando en crisis. Por eso es importante tener muy en cuenta la relación entre el progreso y la libertad, en tiempos buenos y en tiempos de adversidad.