"Todo mejora", por Jennifer Llanos
"Todo mejora", por Jennifer Llanos
Redacción EC

Gracias a la ola de indignación que se ha desatado contra los padres y las madres que, el sábado pasado, llevaron a sus hijos a la marcha por la unión civil, he logrado hacer acopio de valor para denunciar mi propia experiencia en términos de abuso paterno-maternal.

Lo comparto ahora no solo porque creo que las autoridades deben hacer algo por impedir que los progenitores ejerzan impunemente semejante influencia sino también porque quiero enviar un mensaje de esperanza a las personas que hoy no pueden conciliar el sueño pensando en esos niños traumatizados por el decadente espectáculo de la solidaridad ciudadana.

Tenía yo apenas algunas semanas de nacida cuando la arbitrariedad de mis padres se manifestó por primera vez, al menos de manera oficial. Obviamente, yo no recuerdo lo que pasó pero quedan pruebas fotográficas, que no hacen más que confirmar el descaro con que procedían estas personas. En las imágenes se puede apreciar claramente cómo, a pesar de mi tierna edad, fui sometida a un milenario ritual destinado a consagrar mi alma a una divinidad suprema y a protegerme de oscuras fuerzas que, según aprendería luego, acechaban por doquier.

Pero eso fue solo el comienzo. En la siguiente etapa del adoctrinamiento, mis padres, y todo mi entorno, me inculcaron una serie de supersticiones, cada cual más descabellada. Así, cada noche tenía que pronunciar ciertos conjuros para evitar que mi alma cayera en manos de un ser maléfico dotado de cachos, cola y trinche.
 
En esta intimidante mitología también había seres alados que fungían de guardianes para velar por los niños y una especie de semidioses a los que se atribuía caprichosos poderes; uno de los más populares, por ejemplo, era el que ayudaba a las solteras a encontrar marido.

No contentos con lavarme el cerebro en casa, mis padres me inscribieron en un colegio dirigido por esta poderosa organización. Fueron largos años de oscurantismo en los que, entre otras creencias que hoy me hacen sonrojar, aprendí que todos los males de la humanidad son culpa de una mujer desobediente y de una culebra parlante.

Todavía hoy se me escarapela el cuerpo cuando pienso en el tipo de persona que quisieron hacer de mí. Sin embargo, aquí me tienen, libre de las garras tentaculares de aquella asociación mística con fines de lucro. Y a punto de lograr que mis padres también abran los ojos. Así que mucho ánimo, eh.