Muchos pensamos que el presidente Humala dirigiéndose a la nación ayer no podría ignorar el hecho de que el Perú se encuentra en una encrucijada política y económica. Que oiríamos un mensaje inspirado, que mitigue el daño autoinfligido de la desaceleración. Esperábamos enterarnos de cómo reencender el motor de la inversión privada y la confianza empresarial que la sustenta (que en años recientes agregó hasta cinco puntos a la tasa de crecimiento, frente al nulo aporte que tendrá este año).
Personalmente, hubiera esperado un mensaje vibrante; retrospectivamente autocrítico y visionario hacia el futuro; que pidiese a los ciudadanos mirar con confianza hacia adelante y expresara el firme compromiso de que el Estado, a partir de ahora, trabajaría codo a codo con el sector privado, que es el que crea la riqueza y el progreso.
No se nos señaló un rumbo de política económica para el mediano plazo, más allá de mencionar que los megaproyectos de inversión (decididos, y en su mayor parte, financiados por el Estado) aportarán al crecimiento futuro, y anunciar, además, un plan de diversificación productiva que pocos conocen y cuya implementación está plagada de los peligros que trae el intervencionismo estatal. La única excepción donde se anunciaron medidas balanceadas y sensatas fueron aquellas del plan para mejorar la educación, revelando el trabajo de un valioso ministro de Educación.
Lejos de presentar medidas que eleven el potencial de crecimiento del país en años venideros, el presidente enumeró medidas para salvar algo que ya no cambiará sustancialmente: la tasa de crecimiento que exhibirá la producción el presente año. Para ello completó, a través de un decreto de urgencia, la tarea iniciada hace semanas, de tratar de elevar el consumo vía aumento del gasto corriente. Ciertamente esos 5.000 millones de soles que se introducirán en la economía tendrán algún impacto en el crecimiento si, claro está, logran contrarrestar el desánimo que producirá la publicación, el 15 de agosto, del crecimiento de junio, que con suerte llegará al 1%.
Nada se dijo sobre cómo enfrentar los problemas estructurales de la regionalización más allá de introducir controles y mayores sanciones para disuadir la corrupción. Nada se mencionó sobre una rectificación en el diseño mismo del proceso, aparte de una promesa de modificar el reparto del canon; y aun allí, lo único que se anunció fue un proyecto para mejorar su distribución, pero al interior del mismo departamento.
El presidente perdió la oportunidad de proponer medidas audaces para remediar los males que él mismo menciona. Un ejemplo clamoroso es el de aspirar a una disminución en las diferencias de productividad dentro del aparato productivo sin proponer cambios drásticos en la política laboral (al menos para los nuevos entrantes a la fuerza de trabajo) cuando es sabido que tales diferencias son fruto directo de la informalidad en que se desenvuelven tres cuartas partes de los trabajadores peruanos.
Nada dijo el presidente sobre cómo desplegaría su liderazgo para destrabar y llevar adelante las enormes inversiones privadas paralizadas en los sectores minero, petrolero o de construcción.
En el caso de la inversión pública, es quizá donde, este primer semestre, quedó plenamente demostrado que tenemos un Estado disfuncional. Luego de crecer más de 11% en el primer trimestre, el caos regional creado por los casos conocidos de corrupción originó un desplome tal en el segundo trimestre que, sumados los primeros seis meses del año, la inversión pública creció cero. Pues bien, lejos de anunciarnos un cambio drástico en la conducción de los procesos de inversión pública, el presidente nos anuncia que grupos de comisarios interventores se desplazarán a las regiones para que la caída en la inversión no siga causando en población el daño que sus “presidentes” han perpetrado.
En resumen, más allá de la interminable lista de acciones asistencialistas y montos elevadísimos comprometidos en pocos proyectos de inversión sobre cuya rentabilidad aún pesan serias dudas, el presidente no consiguió señalar el rumbo ni inspirar al ciudadano corriente o al inversionista privado. Hemos escuchado, creo, un mensaje cualquiera.