Muchos eventos en política dejan espacio para interpretaciones subjetivas, rincones de duda que cada uno, a partir de su ubicación en el espectro político, procesa y convierte en discurso. Pero hay otros hechos que no dejan tales espacios, circunstancias que se desarrollan con tanta nitidez y frente a tantos testigos que basta con tener los ojos abiertos para ver la realidad y saber la verdad.

Pero las tienen sus defensores y estos, sus mañas. Y los llamados a sacar cara por la verdad muchas veces la traicionan con incompetencia y banalidad. Así, el 49% del país (según una encuesta de América-Ipsos) acoge como cierta una patraña: que fue víctima de un golpe por parte del . Cuando la realidad, lo registrado en video, lo visto por todos los peruanos y lo que han reconstruido con minuciosidad las investigaciones periodísticas y fiscales, es que el golpista fue el vecino de celda de Alberto Fujimori. Un acto que perpetró con tupé y sin vergüenza.

Hay solo un 46% del país que reconoce lo que pasó. Pero las mentiras llevan la delantera por varias razones.

En primer lugar, hay que señalar a los mentirosos: la peruana. Como hablábamos la semana pasada en este espacio, tras el golpe, la izquierda –tanto la progresista como la radical– abrazó las revueltas violentas que el esfuerzo golpista de Castillo gatilló. Y, en buena cuenta, hicieron lo que suelen hacer: vender humo. De esa manera, por ejemplo, se trató de tejer una historia épica de revolución con la llamada ‘Toma de Lima’, un fiasco que quisieron vender como una victoria desde antes de que se llevase a cabo.

Asimismo, Verónika Mendoza y Anahí Durand han declarado para adentro y para afuera que lo que padece el Perú es una dictadura y que Dina Boluarte es su cabeza. La primera, muy funcional a la pantomima, ha llegado a decir: “Pasará a la historia como la primera mujer dictadora”. La segunda ha ido por calles y plazas defendiendo a su exjefe, asegurando que no hizo lo que todos lo vimos hacer. Y a ellas, y a otros de sus pares nacionales, se han sumado personajes como AMLO, Gustavo Petro y Xiomara Castro, mandatarios de países latinoamericanos que, casados desde hace mucho con la mentira, no tuvieron problema en sumarse a la narrativa de Castillo el “preso político”.

Y la campaña de desinformación de la izquierda ha funcionado. Pero solo porque las instituciones del Estado y la derecha lo han permitido. Y para que la gente empiece a renegar de lo que vio desarrollarse en televisión nacional, para que su divorcio de la realidad sea tan dramático, los mentirosos tienen que ser muy hábiles y los que deben defender la verdad, muy mediocres. La izquierda no tiene escrúpulos cuando se trata de movilizar su agenda –como el cambio de la Constitución–, pero el único instinto de la derecha ha sido dormirse en laureles que ni siquiera ha obtenido.

¿Por qué la derecha no ha podido organizar una campaña informativa internacional tan ambiciosa como la de la izquierda? ¿Cómo es que la cancillería no ha logrado un respaldo más enfático de los países que reconocen a Boluarte? ¿Por qué una retahíla de corresponsales extranjeros ha podido repartir medias verdades y mentiras completas con poco contrapeso?

A la derecha, a la que se identifica como “dueña” del Congreso, se la ve muy cómoda, en modo ‘lonchecito’, con el gobierno de Boluarte. El adelanto de elecciones, que hubiese demostrado algo de desprendimiento, es un aparatoso elefante en la habitación que Ejecutivo y Legislativo han pateado debajo de la alfombra.

Todo junto: los cuentos de la izquierda, la comodidad del Gobierno y del Congreso y la incapacidad de la derecha de hacer política nos tienen donde estamos. Ganaron las mentiras.

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