Héctor Villalobos

Cabizbajo y sentado en una silla de ruedas que era empujada por un barbudo alguacil, el siempre histriónico le demostró al Perú que sigue siendo un actor hábil tanto en la comedia como en el drama. Esta vez interpretó el rol de un pobre anciano enfermo que ha cumplido con entregarse a las autoridades estadounidenses a pesar de que es un perseguido político víctima de la justicia de su país. El trasfondo de este nuevo libreto no es otro que la estrategia legal para obtener el arresto domiciliario.

El cuento del viejito enfermo, que tan bien le funcionó a Aníbal Torres, no ha tenido éxito hasta el momento, pero nada descarta que el expresidente vuelva a ofrecer otra función del show. Toledo, que hace solo unos días caminaba a paso rápido para eludir a un periodista en las afueras de la corte de San Francisco, se convirtió el pasado fin de semana en el tercer inquilino de la prisión de Barbadillo. En cuestión de horas, pasó de Menlo Park a Ate Vitarte.

El expresidente paga ahora el precio de una vida rebasada por los excesos, las y la corrupción. Su palabra, que antes generaba esperanza entre sus electores, hoy solo provoca incredulidad.

Toledo mintió sobre su madre, mintió sobre su hija, mintió sobre su suegra, mintió sobre sus juergas, mintió sobre sus estudios, mintió sobre sus propiedades, mintió sobre sus transferencias, mintió sobre su premio Nobel, mintió sobre su situación judicial y, según la acusación de la fiscalía, mintió sobre sus coimas. Toledo también mintió sobre sí mismo. Toledo ha negado ser Alejandro Toledo. Una conversación telefónica de hace algunos años con un periodista de este Diario da fe de ello.

Su última entrevista a un medio de comunicación, brindada hace unos días a la agencia Efe, fue también la última oportunidad que tuvo –al menos estando en libertad– para seguir creando ficciones.

“No me perdonan el coraje o la tontería de regresar a mi país después de mi éxito académico y de ser presidente, ahora me echan la culpa de la elección de Pedro Castillo, que es un mal ejemplo que yo he establecido”, aseguró Toledo.

Obvió decir que la investigación fiscal que desencadenó su arresto y su extradición al Perú se inició muchos años antes de que Castillo llegara al poder. También olvidó mencionar que él mismo, luego de su gobierno, intentó dos veces volver a la presidencia, pero en ambas no tuvo éxito.

El líder del desaparecido partido de la chacana no es víctima de una venganza por la envidia que genera su “éxito académico”. Nadie le “echa la culpa” por la elección de Pedro Castillo. Tampoco es víctima de una “persecución política”. La relevancia política que tuvo en algún momento quedó sepultada en el 2016, cuando solo recibió el 1% de los votos y quedó por debajo de ‘Popy’ Olivera y Gregorio Santos.

A Toledo se le acusa de haber recibido US$35 millones de Odebrecht, una coima exponencialmente mayor a cualquiera de las atribuidas a otros políticos de nuestro país que son investigados por casos de corrupción. Su extradición al Perú fue solicitada y ratificada por la justicia peruana y refrendada por las autoridades estadounidenses. Ahora debe dar la cara a ese mismo sistema de justicia al que esquivó por tantos años y al que comparó con los de China, Irán, Nigeria y Sudán. Afortunadamente para él, esa comparación es otra más de sus grandes mentiras.

La trayectoria política de Toledo fue una bacanal de engaños, desenfreno y deshonestidad. Hoy le toca vivir con las náuseas de la resaca.

*El Comercio abre sus páginas al intercambio de ideas y reflexiones. En este marco plural, el Diario no necesariamente coincide con las opiniones de los articulistas que las firman, aunque siempre las respeta.

Héctor Villalobos es editor de Política