Giulio Valz-Gen

A estas alturas, no es ninguna novedad decir que el Gobierno no tiene ningún plan ni rumbo distinto a la meta de llegar al 2026. Aunque cada día que pasa el objetivo está más cerca (por un tema aritmético más que político), para la ciudadanía y el empresariado el tránsito es cada vez más costoso.

La inoperancia del Ejecutivo es evidente, pues hay señales (claras) de que no puede resolver las crisis que se presentan en el día a día, ni mucho menos los grandes problemas del país. Ejemplos abundan.

La crisis del Ministerio del Interior, la falta de decisión respecto a un muerto viviente como Petro-Perú, el manoseo político de una probable alza del sueldo mínimo, el manejo de la protesta por la venta de tickets a Machu Picchu, el chantaje de los controladores aéreos, entre varios otros temas.

¿Qué hace el gobierno ante estas situaciones? Lo de siempre. No decide ni cambia nada, o se inventa una narrativa gaseosa. Instala mesas de diálogo o inicia rondas de conversaciones. Estas ‘soluciones’ son el ‘business as usual’ de la política peruana desde hace ya varios años. Esa política que, mes a mes, nos va llevando a las profundidades de un abismo interminable del que cada vez nos será más difícil salir.

La instalación de una ‘mesa de diálogo’ en Machu Picchu es un clásico de todo conflicto. Se produce una acción de protesta y la paralización de servicios públicos. Se enfrenta la provincia versus Lima, los formales contra los informales, la empresa privada contra el pueblo. ¿La solución? Para algunos es la mano dura (casi casi que entren los tanques); para otros, el diálogo.

¿Qué hace el Gobierno? Instala una mesa de diálogo, firma un acta, dice que resuelve, pero no resuelve, y patea el problema para el futuro. Ni mano dura (o simple aplicación de la ley) ni diálogo. Así, hemos llegado a tener cientos de actas de compromisos firmadas en diversos conflictos sociales en todo el territorio. Este no es un problema solo de este gobierno, es ya estructural y sabemos que, hasta julio del 2026, no habrá ningún cambio en este horizonte.

Otra clásica de las últimas décadas es la ronda de diálogos. Cada vez que hay un evento mayor o una crisis, el Gobierno busca una reunión del Acuerdo Nacional o se reúne con los partidos políticos o líderes de entes estatales. Dialogar siempre es positivo, pero no es suficiente para resolver problemas. La última puesta en escena de esto ha sido con representantes del sector privado.

Es probable que Palacio de Gobierno y la Presidencia del Consejo de Ministros se hayan dado cuenta de que cada vez tiene menos saldo con este sector, ya que no solo tienen poco o nada que mostrar, sino que hasta dejan avanzar o promueven situaciones que destruyen valor en lugar de generarlo.

Insisto con que los espacios de diálogo son positivos, al menos las partes se escuchan, pero lamentablemente el Gobierno no tiene nada que mostrar. El primer ministro ha dicho que harán tal y cual obra, que apoyarán al sector X, Y o Z. Sin embargo, el tanque de gasolina de este gobierno está cada vez más vacío y se siente (basta ver su aprobación).

Lo único que podrían mostrar a estas alturas (porque no requiere más que convencer a algunos cuadros políticos) es algún refresco de Gabinete. Y la pregunta principal ahí es si se queda o se va el primer ministro Alberto Otárola. Me animo a dar una hipótesis. Depende de él. Por la relación que mantiene con Dina Boluarte, solo Otárola decidirá cuando es el mejor momento de dejar el cargo y, seguramente, participará en la designación de su reemplazo. Así de fuerte parece ser ese binomio.

Giulio Valz-Gen es analista político de 50 + Uno

Contenido Sugerido

Contenido GEC