Hubo un tiempo de adolescente en que andaba muy molesto con lo que a mí me tocaba. Me tocaba tener un solo pantalón jean con basta crecedera, un solo terno heredado de mi primo mayor para todos los quinceañeros, un par de zapatos ortopédicos con chapitas en la suela y el taco para que no se gasten, un par de zapatillas negras que, cuando la ocasión lo ameritaba, se convertían en blancas gracias al Grin all White. No me tocó tener el Swatch de moda, no me tocó la camisa con mangas de chalís Miami Vice, mucho menos las Reebok negras, tampoco las clásicas Bass. Mucho menos el jean con los bolsillos de cuero.
A mí me tocó ingresar a una universidad, celebrar con mis patas del barrio que me reventaron como 15 kilos de huevos en la cabeza, me raparon y así todo cachimbo me tocó recoger el recibo de la matrícula, leer el monto a pagar, doblarlo en cuatro, ocho, dieciséis partes hasta que se hiciera chiquito, chiquito, y con las mismas postular a otra universidad, una menos cara y de menor nivel académico también. Ahí ingresé becado y me tocó estudiar el doble para sostener la beca integral, pero sobre todo para nivelarme en conocimientos. Era consciente de que lo que no me daba esa universidad lo encontraría en los libros y en una cuota extra de ganas y esfuerzo.
Ayer, una vez más, puse en práctica mi clásica rutina antes de presentarme en un show: comprar un terno nuevo con un par de camisas para cada función, correa y zapatos nuevos también. De paso vi un reloj que me gustó y lo compré, y al ver las zapatillas en la vitrina sentí que eran ideales para mi show de esta noche en el María Angola. Con mis cuatro bolsas llegué a mi casa. Mi mamá estaba ahí de visita y me dijo: “¿Por qué te compras tanta ropa, como si la necesitaras? No entiendo esa manía tuya de estrenar un terno nuevo cada función; tienes mas de 100 zapatillas y siempre usas las mismas, y relojes tienes de todos los modelos y ni siquiera los usas”. Automáticamente salió la broma como arma de defensa y le dije que seguro era así porque como de chiquito usaba el mismo jean todos los años y me duró 15 años… “Ahhhhh, ¿por misio eres así?”, me dijo Carla y nos reímos todos juntos. Todos menos mi vieja, que me miró y sentenció: “Tú de chico tuviste todo lo que necesitaste en la medida en que yo te podía dar, y lo que yo te pude dar es lo que a ti te tocó, ni más ni menos. No necesitas más y el día que descubras que no necesitas nada más que lo que dices y haces sobre el escenario, no tendrás necesidad de llenarte de tantas tonterías. Date cuenta, lo que importa es el contenido, la gente no se fija en tu terno, no se entera qué marca de zapatos usas. La gente iría a verte igual así salieras calato”.
Esas son las cosas que tienen las mamás. Me agarró un ataque de mudez. Carla automáticamente la respaldó con un “lo mismo le he dicho yo, Elena. Carlos no necesita nada más que pararse y hablar como lo sabe hacer”.
Hoy me presentaré ante ustedes en el show, con el mismo terno con el que me paré hace 15 años en el Satchmo de Miraflores (hoy un edificio multifamiliar horrible), con los zapatos que compré para aquella ocasión (y que hasta ahora me quedan) y la camisa azul que más me gusta. Porque eso es lo que a mí me tocó, dar lo de adentro y preocuparme menos por lo de afuera. Siempre que lo hago así, al estilo de mi vieja, las cosas me salen mejor.
Esta columna fue publicada el 6 de mayo del 2017 en la revista Somos.