Mi querido viejo, por Abelardo Sánchez León
Mi querido viejo, por Abelardo Sánchez León
Abelardo Sánchez León

Leo “La muerte del padre”, novela del noruego Karl Ove Knausgård, imbuido en aquella sensación de que la vida está constituida por hechos menores, sin el aura necesaria del gran acontecimiento. Recién por la página 250 surge, como una dentada, la muerte de su padre. Se trata de un hecho que el hijo procesa preparándose una taza de té, mirando por la ventana el transcurrir del día. Tiene 30 años o está a punto de cumplirlos. Mientras leo, recuerdo que mi padre murió en febrero de 1987 y que yo me encontraba a días de cumplir los 40. Durante todo este tiempo he recordado más, que los clásicos 40 años los festejé recién un año después, y que los 40 solo los recibí con Marcia y mis hermanas en el departamento de paso que tuvo en Lima su amigo Gustavo Carlsen. Knausgård estaba necesitado de dinero cuando muere su padre y considera, entre otros sentimientos, que su muerte significa también una suerte porque hacía poco acababa de vender la casa de un pariente y algo de la herencia le iba a caer. Igual situación vivió Paul Auster. El dinero que heredó de su padre le permitió vivir sus primeros años de escritor.

Las novelas sobre la imagen del padre causan furor últimamente y todavía no sabemos bien por qué. Alonso Cueto, conversando entre amigos, exponía la interesante idea de que los mejores candidatos a la presidencia en el Perú son aquellos que brindan una imagen paternal, en un país que se caracteriza más bien por la figura del padre ausente y por ello sus ciudadanos carecen de estabilidad emocional. Esta hipótesis, sin embargo, tropieza con las nuevas maneras que caracterizan a las relaciones de familia, porque la figura paterna está en crisis, la conducta varonil cuestionada y la violencia del hombre solo expresa impotencia, debido a la crisis de la ancestral perspectiva de poder sobre la mujer y los hijos. La autoridad paterna no está legitimada si no va acompañada de argumentación y negociación suficiente.

Los clásicos políticos peruanos, si es que llegaran a representar un tipo de figura paterna, lo hacen a la manera conservadora, roñosa y prepotente. Impiden, con su prolongada presencia en la esfera pública, lo que debería ser un hecho natural: escuchar la voz de los jóvenes y propiciar el diálogo entre las generaciones. Existe, más bien, un candidato que ha devorado a todos los jóvenes de su agrupación; otro candidato visto como abuelo; y un candidato a quien le cuestionan no transmitir a las nuevas generaciones un verdadero saber en sus instalaciones universitarias. No proyectan futuro. Solo un presente atascado y repetido.

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