En esta carrera hacia la Casa Blanca, los republicanos tienen una ventaja crucial: todos están completamente alineados con su candidato y expresidente, Donald J. Trump. No solo el intento de asesinato que sufrió el sábado pasado lo empoderó, sino que se convirtió, para sus más fieles seguidores, en una especie de elegido y tocado por Dios al lograr esquivar milagrosamente la bala que le rozó la oreja.
La Convención Republicana ha sido una muestra de cómo Trump ha logrado apoderarse del partido. Desde su presidencia, se avizoraba que el futuro de los republicanos estaría marcado por los designios del magnate, pero ahora no hay atisbo de duda. Sus otrora rivales en las primarias, Ron De Santis y Nikki Haley, se adhirieron sin rubor a su candidatura y cualquier postulante republicano al Congreso sabe que sin la base electoral de Trump no podrá conseguir cargo alguno.
Así, mientras de un lado hay un partido con las fisuras soldadas y totalmente comprometido, del otro hay uno que hace agua. La estampida de los demócratas en torno del apoyo al presidente Joe Biden es cada vez más preocupante. Ya no es solo una veintena de legisladores que abiertamente le han pedido que dé un paso al costado, sino las caras más visibles del partido –como Nancy Pelosi y los dos demócratas más importantes en el Congreso: el senador Chuck Shummer y el representante Hakeem Jeffries– le han hecho saber en reuniones privadas que Trump sigue avanzando en las encuestas no solo a nivel nacional, sino también en los estados claves, que son los que terminan definiendo las elecciones. A ellos habría que sumar la ficha más preciada: Barack Obama también desconfía de la victoria del que fuera su vicepresidente.
El temor no solo reside en perder la Casa Blanca, sino la mayoría en ambas cámaras, lo que supondría el poder total en manos de Trump.
El ‘establishment’ del Partido Demócrata, sin embargo, debió ver venir lo que ocurriría tarde o temprano. El problema de Biden no es solo su avanzada edad (Pelosi es mayor que él y Trump tiene tres años menos), sino que en los últimos años su deterioro cognitivo ha sido cada vez más evidente, una condición de la que nadie está libre, pero que le tocó al actual presidente de los Estados Unidos. Pedir que dé un paso al costado ahora parece bastante hipócrita cuando antes del debate parecían todos alineados detrás del mandatario. El mismo Biden dijo en su campaña de hace cuatro años que él sería un presidente de transición. Pero el partido hizo un pésimo cálculo. Pensaron que el escándalo de la Toma del Capitolio y los procesos legales de Trump dividirían a los republicanos, pero fue todo lo contrario. Ahora intentan bajar del carro al demócrata que antepuso su misión a sus ambiciones y que ahora ve como todos le dan la espalda.