La migración internacional está en el centro de las noticias. En todos los continentes hay poblaciones enteras que buscan migrar para escapar de la pobreza, las guerras, la discriminación y la falta de libertad en sus países, y que aprovechan las modernas facilidades de transporte y de comunicación para aventurar la emigración. De otro lado, las noticias diarias nos informan de diversas fricciones y reacciones negativas a la llegada de migrantes en la mayor parte de los países receptores.
Sería muy oportuno entonces conocer la experiencia de la migración internacional del pasado. Y ninguna más interesante e importante que la de los ciudadanos chinos que salieron de su país para repartirse por el mundo entero en lo que, hasta la fecha, ha sido el evento migratorio más grande registrado por la historia.
Justamente esa experiencia es el tema del estudio que ha realizado Luis Chang Reyes, ingeniero peruano que ha ejercido el cargo de embajador del Perú en China, y cuya fascinación por el tema responde en parte al deseo de conocer más acerca de los orígenes de su propia familia.
Como el arroz chaufa, la historia que cuenta Luis Chang se construye con una sorprendente variedad de ingredientes. El inicio es un incidente casi frívolo, cuando una reina británica descubre el estimulante sabor del té caliente, afición que se propaga rápidamente entre sus súbditos. Pero resulta que el único país productor de té en esos años era China, y el gobierno de esa nación cerraba las puertas al intercambio internacional. La historia toma entonces un camino de alta política y bajeza humana. Los comerciantes británicos conciben una estratagema de masiva narcotización de la población china, creando así una necesidad que obligaría a China a compartir sus hojas de té. Para ese efecto, y con el respaldo de su gobierno, los comerciantes despachan cargamentos de opio adquiridos en Turquía a diversos puertos de China. Cuando el Gobierno Chino insiste en la prohibición comercial, el Gobierno Británico envía buques de guerra y se producen dos “guerras del opio” que humillan a China, y que terminan obligándola a recibir la droga a cambio del té.
Pero lo que sucede a continuación es el verdadero tema de la historia que cuenta Luis Chang. Obligada al intercambio y debilitada por guerras internas y externas, China no puede impedir una ola de emigración. Se inicia un tsunami demográfico que no ha sido igualado en la experiencia mundial. Durante un siglo, entre 1850 y 1950, más de diez millones de ciudadanos chinos emigraron de su país, repartiéndose a través de todos los continentes e integrándose en casi todos los países del mundo, incluyendo, como bien sabemos, el Perú. Acaso la contribución principal del estudio de Chang consiste en documentar las consecuencias de esa presencia país por país.
Un descubrimiento que sorprende y alienta ha sido el relativo éxito de esa migración para su asimilación pacífica y mejora en condiciones de vida a pesar de la enorme variedad de culturas y circunstancias encontradas entre los diversos países de llegada. Sorprende, además, que, a pesar de ser de muy reducido nivel económico, educativo y social en sus lugares de origen en China, los migrantes han demostrado no solo laboriosidad sino también capacidad empresarial en casi todos los países de destino, volviéndose casi siempre los dueños de gran parte de los pequeños negocios comerciales. Tan es así que los problemas de relación con los habitantes en los países de destino han resultado más por ese éxito competitivo que por haberse vuelto cargas de pobreza. Y, en particular en varios países asiáticos, como Malasia, Singapur e Indonesia, las colonias chinas se constituyeron en motores de desarrollo que contribuyeron sustancialmente al despegue económico de esos países.